Tengo un cuento -que espero que unos amigos míos me digan cuánto me costaría imprimirlo en forma de librito... de unos 100 ejemplares...- que narra la historia de un niño, muy parecido a mí, y sus paseos en bicicleta. No voy a contar ahora ese cuento, ya lo leeréis cuando tenga forma de libro... Lo que pasa es que mi reciente viaje a París, el blog de un gran bloguero, el Ayuntamiento de Madrid y, principalmente, la actitud de mi hijo, universitario de 4º año de Física, me han hecho pensar en ello, aún más de lo habitual.
La historia, la verdadera historia del ser humano, la de cada uno de nosotros, empezamos a contarla a partir de montar en bici sin ruedines. Una vez conseguido este objetivo, sobrevienen una serie de acontecimientos en la vida de uno que más vale que estés prevenido: mirando palante, en vez de mirar a la rueda. No nos acordamos -yo sí, ya véis-, pero el cerebro nos decía que miráramos abajo, al suelo, en vez de mirar al frente. Y nuestra madre, nuestro padre, o algún amigo -en mi caso, un chico que se llamaba Berna, mucho más mayor que yo-, nos decía que hiciéramos lo contrario de lo que decía nuestro cerebro. Hay cerebros que se resisten más que otros. Porque son cerebros más fuertes. Pero una vez que nos hemos desembarazado -desembarazado- de los inútiles, vergonzosos y malditos ruedines, comienza la etapa más seria de la evolución: la etapa de la autonomía. Se puede ir despacio, se puede parar, se puede ir deprisa (pero te cansas), se puede dar la vuelta y, lo más importante, se puede ver qué hay después. Mucho más tarde -en mi caso, poquitos años más tarde-, viene otra fuente de energía que sustituye a las piernas: la gasolina. Y uno se monta en un cacharro, parecido a aquella vieja primera amiga -en mi caso, con barra y de color azul-, pero mucho más gorda -en mi caso, y desde hace diez años, mucho más, y no os he mencionado aquí nunca la marca de mi moto-.
Después, lamentablemente mucho después, después de mi Cota 49 -si un día os hablo de ella...-, después de mi Cobra, después de ser mod, después de haber traído la Vespa a España -bueno, vale, a España no, pero que os diga mi amigo Fernando cómo bajábamos la Cuesta de La Vega-, después de ir a Los Pingüinos, después de saludar SIEMPRE, durante más de 20 años que llevo en moto, después, hace poco...
Mi hijo me dice que él no quiere una moto. Que lo que quiere es que le dejen ir en bici. Que le dejen ir en bici a la facultad, que le dejen ir en bici a jugar al fútbolsala con sus amigos, que le dejen ir en bici a tomar una caña por la noche, que le dejen ir en bici, que le dejen ir en bici a casa de su abuela, que le dejen ir en bici, que le dejen ir en bici a buscar a su chica, que le dejen ir en bici y quedar con otra chica, que le dejen ir en bici, que le dejen ir en bici a ver un concierto, que le dejen ir en bici a tocar en un concierto, que le dejen ir en bici. Que le dejen ir en bici, por favor.
Como todos vosotros comprendéis, no se lo pide a sus padres.
En los años de la tardoposguerra, aquellos amigos franceses de mis padres eran supermodernos. Además de ser muy cultos, los dos, vivían en un país claramente más evolucionado que el mío. Me di cuenta muy pronto. Luego, cuando pude viajar, desplazarme a ver lo que había después -en este caso, de los Pirineos- poco a poco me he ido engañando, pensando que ya estamos cerca. La gente de París, en bici, paseando por el Sena o tomando una caña -une presiòn- en el barrio latino, va en bici. Pero lo que quería contaros aquí, desde el principio, es que me fijé en sus caras. No estaban paseando. Estaban desplazándose. Iban sonriendo. A trabajar. A ver un amigo. A tomar una caña. A ver un concierto. A tocar -guitarra a la espalda- en un concierto.
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Diego, ¡el casco!.
6 de marzo de 2008
La bici
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7 comentarios:
Qué pasada!!!
Jo! Un post que ni pintado.
Aquí en Berlín tenemos una huelga de transporte público. Nada de buses, ni de metro ni de tranvías. Sólo trenes rápidos (S-Bahn) que no pertenecen a la EMT berlinesa sino a la Renfe alemana.
Para ir a trabajar cojo normalmente el metro/tranvía hasta una parada de tren rápido, luego el tren ese y para acabar un autobús. Ese plan estos días es inviable. Hoy no he cogido el coche. Hoy he ido en bici (y tren) a trabajar y lo que es más duro, he vuelto también. Estoy chopolvo! Pero satisfecho.
Pues a mí, lo que más me gusta de Laufen es ver a las abuelas ir a hacer la compra en bici, con su cesto detrás y a su ritmo. Y los coches esperan a que ellas se aparten cuando les va bien para adelantarles.
Yo de mayor quiero ser como ellas.
Un texto precioso.
Me ha encantado esta entrada y me duele saber que en Madrid uno apenas pueda ir en bici...
Si algo me gusta de Europa Central son precisamente estos "detalles", de apariencia nimios, pero en el fondo... en el fondo...
¡Caca de país!
Una vez al mes voy Estrasburgo a trabajar. Lo primero que hago al llegar es alquilarme una bici para toda la semana por una cantidad más que módica (el equivalente a diez billetes de bus) haga sol, llueva o nieve. Las señales de dirección prohibida llevan todas un letrerito debajo que reza: "Sauf ciclistes". Aquí todavía se discute si los ciclistas tienen tal o cual derecho y tal o cual obligación.
¡Estoy contigo, Diego!
Hola! Viena es fenomenal para eso también. La gente se mueve en bici (no importa la época del año, con frío también). Es una de mis asignaturas pendientes: yo tengo mi bici durmiendo en el trastero. Tampoco sé conducir, esa es la verdad. Y en medio dle tráfico, con los tranvías y tal, me siento muy desprotegido. Pero...quizá este verano me anime.
Abrazos
que chulas, las bicis.
lee mis blogs, he escrito una cacho cuento...
Happy Semana Santa.
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