18 de diciembre de 2014

Querido sistema operativo

El otro día, de camino al cole, recordé que ya hace treinta años que nos conocimos. Te llamabas Finder, y vivías en el Mac de 1984. Tu primera casa. Treinta años viviendo juntos, veinte de ellos en una oficina, y el resto en clase. Y hasta ahora, nunca se me había ocurrido escribirte.

Tú sabes mejor que yo, porque tú eres software y yo no, que el verdadero poder no reside en la velocidad del procesador, ni la cantidad de RAM, sino en la capacidad de aprender. De aprender del usuario, de comprenderlo, de adaptarse a sus necesidades, a sus circunstancias, a su trabajo, a su habilidad, a sus conocimientos. Esa es la verdadera y única razón de quienes escriben software, principalmente los que se dedican a sistemas operativos, gente brillante como los que te crearon, y gente como los que te fueron mejorando desde entonces, en estos treinta años de vida. O gente como los del Android, el Linux… incluso la gente de Microsoft (que cada vez lo hace peor, dicho sea de paso). Todos ellos trabajan para crear un sistema que sea mejor cada día, que conozca tus gustos musicales y que sepa que tu tipo de letra favorita es la Rockwell.

Eres ya toda una persona mayor, y me ha encantado verte crecer. Yo he aprendido mucho contigo, mucho más de lo que podía imaginar cuando usé MacPaint por primera vez en aquella tienda, con aquel ratón. Mi mano hablaba contigo, y tú sonreías.

Sin embargo, y lamento decírtelo, noto que cada vez estamos más alejados. Tú no estás aprendiendo nada, ni yo tampoco. Es más, me tienes bastante mosqueado. Empiezo a estar harto, y eso no es buena señal, de que cada actualización sea peor que la anterior, y además me obligues a aprender a hacer cosas que ya sé hacer, pero de otra manera. Estoy acostumbrado, desde siempre, a tener que buscar en Windows lo que fácilmente hago en el Mac, pero me niego a aprender más veces, cada vez de forma diferente, lo que hago en mi propio Mac. Eso no es evolucionar, y tú lo sabes. Me ha molestado mucho que desapareciera la estantería de madera de mi Ipad, en la que tengo todos los números en PDF de El Correo de Rozas de Puerto Real, y que en su lugar aparezca un insulso fondo plano. No sé si la culpa es de Jonathan Ive, que se le la ido la olla, o quizá de los de marketing, pero es evidente que aquí pasa algo: ni yo aprendo, ni tú te adaptas. Me da la impresión de que sólo quieres saber cosas de mí para vendérmelas, no para que yo las descubra. Elegir por mí no es adaptarte, elegir por mí es negar que existo. Puestos a existir, aquí el único que existe soy yo.

Aunque quizá sea solo que me estoy haciendo mayor. Salud!, por otros treinta años.

7 de diciembre de 2014

Poner canciones

En los años en los que yo estudié Magisterio, había gente, como yo, que se reunía en las casas para poner canciones. Era una especie de juego, en el que cada uno de los participantes escogía una canción —que generalmente todos conocíamos—, y se escuchaba con devoción. Canciones que hablaban a la gente, como Te recuerdo, Amanda. Aunque parezca ahora mentira, los jóvenes de aquella época, o al menos los que eran como yo, gente que trabajaba por la mañana y estudiaba por la noche, soñábamos con serpientes, y buscábamos un unicornio azul. Éramos los que cantábamos Ojalá, haciendo la segunda voz con Silvio. Los que conocimos a Vainica Doble.

Había gente muy aficionada al cómic —ahora los llamáis frikis—, y gente aficionada a la canción de autor. Unos leían 1984, mucho antes que 1984. Y otros supimos quién era Labordeta mucho antes que el resto.

Entiendo que nos poníamos muy pesados, con lo de Brassens y todo lo demás. Entiendo, pero no comparto, que mis mejores amigos me llamen "el triste", por la música que escucho. Pero uno no es dueño de su tiempo. Es más, como maestro de la escuela pública, yo diría esclavo de su tiempo. Hay que elegir una canción para el Festival de Navidad. Y creo que UNICEF ha elegido la misma. Si tenemos que aprender alguna, vamos a escuchar todos los días la misma. A escuchar, a traducir, y a entender la canción. Porque las canciones tienen dos cosas muy importantes: la música y la letra.

Un año más, Imagine, de John Lennon.

4 de diciembre de 2014

Feliz Navidad, queridos lectores

"Aprovecho para mandar un saludo y que paséis buenas fiestas a mis queridos lectores."


Eso es lo que cuenta Mariano en el último artículo del año, y el último en aparecer en el último número de la versión impresa, que todos los niños saben que lo repartiremos el último día de clase, en el Festival de Navidad 2014 del Colegio Público Carlos Ruiz (el día 19 a las 12 h., estáis todos invitados).

En el fondo, hay sólo una razón para que este blog tenga un único enlace. Podría tener enlaces a miles de sitios, y no hablo de publicidad, sino de enlaces, links, o como queráis llamarlo. Ese texto que aparece de otro color, y que si pinchas en él te lleva a otro sitio (y te saca de donde estés, claro). Eso, en una página gratuita, como es esta, es un acto de solidaridad, de compartir gustos, o simplemente de hacer amigos. El único enlace de este blog es al mejor periódico del mundo. Todo el mundo lo conoce ya por ese nombre.

Ni Mariano, ni yo, sabemos dónde estáis, ni quiénes sois. No sabemos si sois muchos o sois muy pocos. Pero sabemos que existís. Esto no es la leyenda de Sara, esto es real. No sabemos si pasa mucho tiempo desde que lo escribimos hasta que lo leéis, no sabemos si lo leéis desde un ordenador —que es lo suyo—, o desde una tablet, o desde el móvil. O quizá… sólo en el papel. Por eso sigue siendo tan importante la versión impresa: porque convertimos la entrega de un objeto físico, su reparto en cada aula, en todo un acontecimiento. Porque ese día todos los niños del cole, incluidos lo que lo aún no saben leer, salen a la puerta con el ejemplar a todo color en la mano. Nos gastamos una pasta en toner, pero no hemos reducido la tirada desde hace cuatro años. Tampoco la hemos aumentado, claro está. Un ejemplar para cada niño, alguno más si me lo piden para familiares, dos o tres para el bar, y otros dos o tres que llevo siempre en la cartera.
El otro día, una madre me pidió un ejemplar del número anterior. Me dijo que su padre (el abuelo de la niña), leyó los números anteriores, y le había pedido el último. Le di dos ejemplares a la madre, contestando "toma, toma, que lea la prensa el abuelo". Siempre guardo tres o cuatro ejemplares en el despacho, y no pierdo la oportunidad de regalarlo al primero que llega (el otro día no le di uno al de SEUR de milagro). Así que, si os interesa algún número atrasado, podéis pedírmelo sin problemas (pero tened en cuenta que están todos los PDF's desde el primero hasta el último).

Pero Mariano sabe que existe la posibilidad de que alguien nos lea desde muy , muy lejos. Puede que desde países que aún no sabemos situar bien en el mapa. Quizá, incluso, desde Bolivia. Hasta allí no llegará la versión impresa, pero puede que lean lo que escribimos. Puede que entiendan lo que contamos, puede que vean las fotos que ponemos. Puede que nos estén viendo. Por eso es tan importante la versión en internet.

Este blog no tiene una versión impresa, sólo digital. Pero eso no quiere decir gran cosa. Eso da igual. Os deseamos, todos los alumnos del cole, y yo, una muy feliz Navidad, queridos lectores. Allá donde estéis.

29 de noviembre de 2014

La letra

Otro día os hablaré de la ortografía, hoy toca hablar de la letra. Es decir, de la caligrafía.

"Tienes que mejorar la letra". Eso es lo que escribo en casi todos los exámenes. Pongo la nota, y escribo un pequeño comentario. Y lo escribo, claro está, a mano. Pero os diré un secreto: es un comentario que me hago a mí mismo. Sí, el que tengo que mejorar la letra soy yo. Y es muy difícil hacerlo (y en la pizarra digital, muchísimo más). Pero no dejo de admirar la letra de mis compañeros, y lo hago saber en público. La clase de los mayores sabe que siempre que entro y me encuentro la pizarra con ejercicios de Mates, dejo claro que la profe Julia tiene una letra preciosa. Y los alumnos lo saben.

Me cuesta reconocerlo, pero es pura experiencia propia: en general, las maestras tienen mejor letra que los maestros. En mi caso personal, la diferencia es muy grande. Aún así, incluso para ellas es más difícil  escribir en la pizarra digital que con la tiza. En mi cole tenemos las dos, y usamos las dos.

No sé si sabéis, porque no sé quién lee esto, que siempre tendré devoción por Steve Jobs (y por Steve Wozniak, aún más). Él era un enamorado de la letra; fue él quien permitió que los ordenadores tuvieran diferentes tipos de letra. Dejó la universidad, pero iba a las clases de Tipografía.

La letra somos nosotros. Por eso es tan importante. Sabéis quién ha escrito en la pizarra, y yo sé de quién es el cuaderno, aunque no hayáis puesto el nombre. La letra es nuestro acento, nuestro carácter, nuestra forma de ser. Es nuestra letra, y no nosotros, quien dice si somos buenas personas.

16 de noviembre de 2014

La cocina

Sigo hablando de cocina. Porque la cocina —ahora que estoy con ello con los de 4º—, es una palabra polisémica. Y esta vez me refiero a la primera acepción de la RAE: "pieza o sitio de la casa en el cual se guisa la comida".

Digo yo que, de la misma manera que tiene que haber nuevos maestros, también habrá que tener nuevos arquitectos. Los que estudian para ser capaces de construir pisos baratos, sostenibles y dignos, para que la gente siga soñando con comprarse un piso (que cada vez hay menos…). A ellos me gustaría dirigirme hoy.

La cocina, desde que yo tengo uso de razón, en Madrid ha sido siempre el espacio más pequeño. Mucho más que el salón, que era para las visitas, para ver la tele y para tumbarse a leer. Cuando, ya de mayor, tuve la oportunidad de ver una casa de pueblo (los de Usera no teníamos pueblo a donde ir), me di cuenta. No era un lujo, era sentido común. En la cocina se habla, se bebe, en la cocina se regala uno a sí mismo cosas, y regala a los demás. Y regalar mola. Y en la cocina Steve Jobs tomaba las decisiones.

En la cocina es donde mi amigo Mario me recibe. En la cocina es donde queremos estar todos, acompañando al que cocina. Pero no cabemos, sólo cabe una persona.

Olvidad el salón. Ya no hay salón. Centraos en la cocina, por favor.

26 de octubre de 2014

El aragonés

Yo podría tener el C1 en aragonés. Supongo que el C2 no, porque admito que he escuchado conversaciones enteras, sin enterarme de nada, principalmente con gente de Luesia. Pero ¿un C1? seguro que sí. Tengo el B2 en inglés, así que creo que aprobaría el siguiente nivel en aragonés. Lamentablemente, por cuestiones que van más allá de lo lingüístico, más allá de la historia —la historia es algo que se empieza a estudiar a partir de un determinado punto del pasado—, el aragonés no es una lengua, al menos una distinta a la mía, a la de Usera. Tengo una camiseta con montones de palabras en aragonés, que incluso me sirve para entablar conversaciones, y someterme voluntariamente a exámenes improvisados con aragoneses nativos. Tengo un fantástico libro, titulado "Curso de oregonés para forános", y soy capaz, gracias al programa de AragónTV, de distinguir bien (aunque no con exactitud), los diferentes significados de palabras como "jodo", dependiendo únicamente de su entonación. Por eso creo, y no me gustaría parecer pedante, que podría tener un certificado más, lo que se traduce en más puntos para los concursos de traslados, o méritos en general. Pero es que además, y gracias a que mi mujer es aragonesa —de pura cepa—, yo aprendo más aragonés cada día. Puede parecer mentira, porque aparentemente no son dos lenguas distintas, pero lo cierto es que rara es la ocasión, al menos una vez a la semana, que no aprendo nuevo vocabulario, o —lo que es mucho más difícil—, aprendo nuevas expresiones.

En la única asignatura en donde me puedo permitir más flexibilidad con el currículo, la extinta Alternativa a la Religión, todos los años mis alumnos escriben y cantan la canción "Somos", de José Antonio Labordeta. Supongo que él se refería a "somos los aragoneses", pero para mis objetivos didácticos eso da igual. A mí me gusta pensar que cuando él cantaba "somos" se refería a "somos, los de esta lengua, aquellos que me entendéis lo que digo…"

No sé si mi lengua es el madrileño, castellano, castellano-aragonés, español... no quiero ponerle vallas al nombre de mi lengua. Es lo único que tengo, lo único que no tengo que demostrar. Y pienso seguir aprendiendo, porque siempre habrá alguien que le haya puesto un nombre mejor a algo.

El paco: el paco es aquella zona del monte donde siempre hay sombra. En invierno, estará helada, y en verano hará más fresco. Algo así como la humbría. Como diría un aragonés, es lo mismo, pero no es igual.


18 de octubre de 2014

El subplato

A pesar de que la gente lleva ya años aprendiendo un montón de cosas de cocina gracias a internet, creo que aún hay temas que no se trabajan tanto, y que serían muy interesantes, ya no sólo en internet, sino incluso en los programas de televisión dedicados a la cocina.

Como, además, nuestro periódico ha contado —y espero que lo siga haciendo— con protagonistas tan reconocidos como Robin Food, he pensado en proponer desde aquí algunos de esos temas, en torno a la cocina, que yo echo de menos.

Yo como todos los días de tupper, y como estupendamente. En diez minutos, pero muy bien. Con pieza de fruta de postre. Calculo que tendremos unos 12 platos, más o menos, para no repetir, o al menos para conseguir más variedad: comer cada día de la semana lo mismo no es una buena idea, se pierde el interés, aunque esté bueno. Tengo una especie de bolso, del Carrefour, con dos tuppers con cierres laterales, de buena calidad. Un vaso de plástico, los cubiertos y un mantelito de tela (como en la mesa de trabajo). Tal y como están las cosas, estoy seguro de que no soy el único, y no sólo por el dinero que te gastas en comer fuera, sino por lo importante que es comer bien. (aunque comer bien significa dos cosas, que no siempre van unidas: comer lo que te gusta y comer lo que necesitas).

Si pudiera —es decir, si tuviera tiempo—, haría una foto a cada plato, a partir del lunes, con el nombre del plato, y la receta de mi mujer en el FileMaker. No me imagino cuánta gente gente puede haber en España, y fuera de España,  (maestros, estudiantes, profesores, oficinistas….) que tengan que aprender a cocinar, para alimentarse ellos mismos. Y no me refiero a la cocina de fin de semana, porque esa es otra historia. Me refiero a cómo conseguir ciertas cosas, que tienen que ver con la cocina, pero con la de todos los días, como, por ejemplo, cómo llevarse al curro un trocito de pan —una barra cortada en cuatro— que, a la hora de comer, esté tierno (por supuesto, sin ir a la panadería). O los diferentes suplatos que tienen ciertos platos, como el cocido y los canelones de carne de cocido. El subplato, esa receta que haces con las sobras de otro plato, es uno de los pilares fundamentales de la alimentación. Un gran desconocido.

8 de octubre de 2014

Concurso de jeroglíficos

Y el ganador es… Dani.

(si no sabéis la solución, pasaros por nuestro cole).


28 de septiembre de 2014

Silvia y el 100%

Domingo, durante el aperitivo de los domingos.

— Ya lo dije en la reunión de padres, al principio de curso.

— ¿El qué? ¿Les dijiste que el sistema era injusto?

— No, pero les dije que este año sólo teníamos una alumna de sexto, y que por tanto, si aprobaba la prueba CDI, saldríamos entre los primeros coles de la lista, con el 100% de aprobados. Y también les dije, un segundo después, que podríamos salir de los últimos, con un 100% de suspensos. Y que con eso no quería meterle presión a Silvia. Ella misma lo cuenta en su primer artículo de este año.

— Ya, no se trata de eso, pero algún sistema tiene que haber. Debe existir alguna forma de saber cuál es el porcentaje de aprobados en cada colegio. Y eso la gente lo tiene que saber, me da igual que sean colegios públicos o privados. Debe existir algún mecanismo para detectarlo, y para hacerlo público.

— Yo no digo que no, entiendo la idea de evaluación desde que estudié Magisterio, y sé que alguna forma tiene que haber. Pero sigo diciendo que el concepto de porcentaje, que tanto cuesta explicar a los niños, hace que el sistema se corrompa. No hablo de los colegios privados, yo no sé si hacen trampas o no, y me da igual, yo sé que no las hago. Pero el 100% de uno es uno. En este caso, una.

— Ya, lo entiendo, ese es tu caso, pero sigo diciendo que la gente tiene que saberlo, y confiar en quienes se encargan de analizarlo. Tu caso es muy particular, pero eso no hace que el sistema sea completamente inútil. Un sistema tiene que haber, aunque tenga sus fallos. Nada es perfecto.

Me quedo callado, una vez más, sin argumentos. Al menos sin argumentos de peso.

De modo que, Silvia, tenemos que ponernos las pilas desde ya. Mientras que atiendo a los de 4º, tú ve leyendo, que luego lo vemos juntos. Vamos a hacer, tú y yo, todo lo posible. Y lo vamos a hacer no por aprobar, sino por aprender, y por el simple gusto de hacer las cosas bien. La presentación de los cuadernos, los resúmenes, la caligrafía, todo cuenta. En Alternativa, aunque seamos tú y yo solos, no podemos avanzar, así que seguiremos aprendiendo canciones y grabándonos en video cantando. Seguiremos con el mismo cuaderno del año pasado, pero añadiendo más canciones. La próxima, ya sabes, la que escuchaste el otro día: "Poema de amor", de J. M. Serrat, cantada por Lole y Manuel. Y en Lengua y Cono, a tope. Te toca hacer los resúmenes en Power Point de todas las unidades.

No tienes referencias, no tienes al mejor de la clase, ni al peor. Ni siquiera puedes identificarte con los del montón, porque el montón eres tú. Pero aquí me tienes, dispuesto a echarte una mano. Somos un equipo. Y lo vamos a conseguir.

21 de septiembre de 2014

Anaya

Para un maestro, elegir el libro de texto del curso que viene (algo que la ley permite hacer cada cuatro años) es, a la vez, un ejercicio de responsabilidad y de confianza. De responsabilidad, porque un buen maestro analiza cada propuesta editorial —que no es sólo el libro del alumno—, y tiene en cuenta muchos factores. Entre otros, y cada vez más, el contenido multimedia, es decir, el software escrito para ordenadores, tabletas, etc. Por supuesto, en internet. Pero también es un ejercicio de confianza. Confianza en gente que se toma muy en serio lo que escribe, porque sabe que lo van a leer -y a aprender- muchos niños.


Por eso voy a tratar de explicar aquí por qué los libros de mi cole son de Anaya.

Para empezar, he de decir que hay opciones tan buenas como las de Anaya, sin dar nombres. Lamentablemente, y lo digo porque me dediqué a ello con toda mi pasión, no existe aún ninguna razón suficiente para que, al menos en mi cole, hayamos decidido cambiar los libros de texto por tabletas. Ni Anaya, ni ninguna otra editorial, tienen algo de calidad y ajustado al currículo -esa es otra cuestión- que no sea el papel. Al menos esa es mi opinión, y me siento con capacidad para hacerla pública. Hay propuestas con buena pinta, pero a todas les falla algo: el diseño de interfaz, la compatibilidad con diferentes sistemas operativos y plataformas de hardware, el modelo de negocio, etc. 

En mi opinión, el principal problema lo tienen en este último factor. Creo que no tienen claro aún el modelo de negocio. Me da la impresión de que siguen discutiendo sobre el mismo tema: los comerciales que tienen que vender libros, y los que creen que hay que invertir en software, y cobrar la suscripción. Y ese es el problema: cómo ganar pasta —o al menos sostener el negocio—, ofreciendo más software a niños y maestros. Yo no sé cuál es la solución. Por eso, entre otras cosas, me fui de Anaya. Porque me di cuenta de que el software educativo tenía que ser gratis. Y algo gratis parece incompatible con el negocio editorial. Si está en internet, ¿quién paga? ¿los padres, cada alumno, los profesores, los colegios privados, el Ministerio, la Comunidad Autónoma? ¿y de qué forma, mediante una contraseña? ¿le decimos a los maestros que tienen que asignar una contraseña única a cada alumno? En definitiva, ¿cuál va a ser el papel de la editorial de libros de texto?. Aún existe una oportunidad, pero cada vez queda menos tiempo. Si tuviera dinero, invertiría en gente que haga buen software educativo.

Así que, si eliminamos el factor de la responsabilidad, solo nos queda el de la confianza.

El primer día, allá por el año 1988, llegué a la oficina con un zapato de cada color: uno marrón y otro negro. Al vestirme, y por no encender la luz, escogí de forma equivocada entre dos pares de zapatos muy parecidos… pero de distinto color. Nunca he creído en las supersticiones, ni en los fenómenos paranormales, pero ese detalle no se me olvidará en la vida. 

En medio de una zona inmensa de mesas con papeles y máquinas de escribir, existía aún el taller. El taller de fotomecánica (curioso, Google cree que no existe esa palabra…). Y los del taller eran muy de taller... hasta se peinaban en el baño antes de fichar a la salida. Mezclados con ellos, y formando parte de la misma gente que entraba por la puerta de Personal, había un grupo, que fue siendo cada vez más numeroso, de otro tipo de gente. Gente joven, con ganas de hacer las cosas bien, y de demostrar que sabían hacerlo. En la planta noble, la 2ª planta del edificio que aún podéis ver en la carretera hacia el aeropuerto, las cosas eran muy diferentes: allí no había gente joven.

Y comenzamos a usar ordenadores para hacer los libros. Los del taller hicieron todo lo posible por adaptarse, y los de las máquinas de escribir también. Instalé ordenadores en todas las mesas, en todos los departamentos, excepto en uno: la sala de los correctores. Allí había un grupo de unas seis personas, cuya única tarea consistía en leer de forma minuciosa cada papel que se les entregaba. Eran capaces de notar hasta la variación de espacio entre letras, algo que no era muy común "antes de los ordenadores". Y de ellos aprendí que la errata más gorda siempre está en los títulos. 

Fueron pasando los años, los congresos Seybold, las ferias de Frankfurt... y el desktop publishing pasó a ser una realidad generalizada. Ya no era sólo PageMaker, era toda la gente usando Quark, y lanzando sus ficheros Postscript directamente a las filmadoras. Al poco tiempo, desaparecieron las pocas enceradoras que quedaban, y con ellas las galeradas. En aquellos congresos escuché a Nicholas Negroponte decir aquello de que "no se había visto tal revolución tecnológica desde los tiempos de Gutemberg". Y todos nosotros formábamos parte de aquello. Los editores, los maquetistas, las secretarias reconvertidas en maquetistas, los ilustradores, los diseñadores, los que trataban de explicarle a D. Fernando Lázaro Carreter que las cosas habían cambiado… Comíamos todos en el comedor de la planta baja, y allí se mezclaban las corbatas -pocas- con las camisetas. A alguien se le ocurrió comenzar a dar nombres de "El Señor de los Anillos" —antes de que se estrenara la primera película—, a los servidores que iban apareciendo en la red: el más importante era Mordor, allí había que guardar todas las copias de seguridad de todos los departamentos...

Estoy seguro de que no fui yo solo el que creyó "a pies juntillas" en aquello de Aprender es descubrir, aprender es disfrutar, aprender es participar: vive la aventura de aprender en el Universo Anaya.

Han pasado muchos años desde que Anaya ya no es de D. Germán, pero sé que aún hay allí mucha gente a la que conocí, y de la que aprendí mucho. Por eso los libros de mi cole son de Anaya, por esa gente.

Este artículo va dedicado a la memoria de Juan Domenech, mi compañero de trabajo, que en paz descanse.




7 de septiembre de 2014

Las redes sociales

Ache, Chema (un amigo) y yo, en La Galería, un bar de El Tiemblo.

- Chema:
Y nos hemos hablado por guasap, pero todavía no nos hemos visto. Ahora,  os digo una cosa, me parece una magnífica persona.

- Ache:
Por cierto, ¿habéis leído lo del "tercer check" en el guasap?

- Yo:
Sí, es alucinante. Y lo curioso es que había mucha gente que pensaba que el "doble check" quería decir que el destinatario había leído el mensaje. Y no, no es cierto.

- Chema:
No era cierto, pero parece ser que los del Guaspap se están planteando hacer que sí lo sea. Van a poner un tercer check.

- Yo:
Desde que existe el guasap me he preguntado cuál era el modelo de negocio. Supongo que tiene que ver con mis trabajos anteriores, donde tanto en Ecuality como en Eresmas estaban hablando todo el día de eso, del "modelo de negocio". Dicho de forma simple, de cómo ganar pasta en internet. Pues estos lo  han conseguido. Aún recuerdo cuando en Eresmas ofrecíamos el servicio de SMS gratuito. Hasta que llegó un día en que la dirección nos dijo que aquello iba a dejar de ser gratuito. Pues los del guasap sembraron… y recogieron. Fue gratis hasta que ellos dijeron que dejaba de serlo, porque era suyo.

- Ache:
Sí, pero, ¿en qué consiste exactamente el "tercer check"? ¿Cómo puede saber con exactitud un móvil que has leído algo?

- Chema:
Pues no lo sé con exactitud, pero el caso es que tienen la programación terminada. Hombre, supongo que el móvil no sabe si tienes la cara delante de él y cierras los ojos.

- Ache:
Claro, lo que les falta es el cuarto check.

- Chema y yo:
¿¿El cuarto check??

- Ache:
Claro. Ha salido, le ha llegado, lo ha leído y…. lo ha entendido.

- Chema y yo:
¡Jajajaja! ¡Genial! ¡Lo ha entendido!

- Yo:
Eso sí que sería el Modelo de Negocio. Lo ha leído y lo ha entendido. Pero ni los de Google están aún cerca de eso.


29 de agosto de 2014

Montar en moto

Un soneto me piden mis amigos
contando el viaje en moto del verano.
La primera parada fue en Vitigudino
bocata de jamón, agua y helado.

Marcando el paso firme la Lucera,
petardea Morgana en retaguarda,
los tres amigos y la carretera
con rumbo a Portugal, destino Guarda.

En moto, los olores, el paisaje,
el Duero -colosal- como escenario,
y huyendo de autopistas de peaje.

Aunque quizá resulte innecesario,
gracias a los dos por el viaje.
Sois unos cracks, lo firmo ante notario.



14 de agosto de 2014

Bonito con tomate

Con la idea de que sólo los blogs de cocina son los que funcionan —fueron los primeros en aparecer y serán los últimos en extinguirse—, trataré también desde aquí a hablar de eso, es decir, de cocina. Llevo escribiendo en este blog —eso sí, muy de vez cuando— desde hace ocho años, y he sido testigo de algunas (pocas) iniciativas cuyo número de lectores, entre los que me incluyo, ha aumentado de forma muy significativa. Blogs que hablan de cocina.

Para empezar, se debe tener en cuenta que este blog pertenece a la categoría de "blog de  maestros". Una categoría, con un creciente número de ejemplos, de maestros que escriben en un blog, aunque los destinatarios a priori sean distintos: otros maestros, futuros maestros, familias de alumnos, alumnos o público en general. De hecho, yo conozco algunos buenos ejemplos. De manera que, aunque trataré de hablar de cocina, lo haré desde la perspectiva de mi trabajo. Uno debería de aprender a cocinar desde pequeño.

Lo que sí aprendemos todos muy pronto, los que no sabemos cocinar y los que sí saben, es a sumar a nuestro paladar nuevas experiencias, o a recordar y repetir —a veces, machaconamente— experiencias que ya conocemos, y que nunca nos defraudan. Si lo hace tu madre, es jugar a ganador. En tu cabeza, de forma inconsciente, porque tú no estás interesado en ello, se está cociendo el concepto "bonito con tomate". A los veinte años, el concepto está tan arraigado, que forma parte de tu propio ser. Tú estás hecho, entre otras cosas, de bonito con tomate. Eres así, para lo bueno y para lo malo, porque no has parado de comer bonito-con-tomate-de tu-madre desde que ponían a Los payasos de la tele. Y ya han pasado unos añitos.

Poder ofrecer, gratuitamente, la formación necesaria —la educación necesaria— para tratar de aprender tú a hacerlo, es un acto de solidaridad, de ganas de compartir. Aunque yo creo que eso es muy difícil. Lo más normal es que una receta cuyo título rece "Bonito con tomate" sea algo que nada tenga que ver con tu bonito con tomate. Porque es tuyo, no lo sabes hacer, pero sabes identificarlo. Podrían hacerte una prueba con los ojos vendados, como aquella de Pepsi y Coca-Cola, y podrías distinguirlo perfectamente, aunque tu madre compitiera con los mejores cocineros españoles. Y lo más divertido del caso es que cada uno de nosotros, todos, tenemos grabado el concepto, aunque en vez de bonito con tomate sea pisto, tortilla de patatas o croquetas de la yaya.

El método de acierto y error es un método antiquísimo pero infalible. Pero para que haya aciertos, debe haber errores, si no hay errores, es prácticamente imposible. Después de varios intentos, este verano he vuelto a comer, porque lo hace mi chica, bonito con tomate. Impresionante.


19 de julio de 2014

Deshuesado y desligamentado

Buenas. Que digo que hacía tanto tiempo que no escribía, que ni me acordaba de la contraseña.

Por eso, queridos alumnos, tenemos que escribir de vez en cuando. Algunos de vosotros, queridos ex-alumnos —uno de vosotros, para ser exactos—, me habéis preguntado alguna vez que por qué no seguía escribiendo. Y sólo se me ha ocurrido decir que para escribir tienes que tener un "estado de ánimo" (seguro que los expertos tienen un nombre para eso).

Internet, al menos el internet que yo amo, surgió con la cocina. Con la gente que empezó, gratis, a decir "pues yo le pongo esto, y me sale muy rico". Así que, aunque no entendáis nada, porque aún no sé escribir para vosotros, quizá algún día, porque los milagros ocurren, tengáis oportunidad de leerlo. Desde luego, yo no lo voy a guardar, ni a imprimir. Ah, una última cosa. La autocrítica es un invento muy anterior a la evaluación y auto-evaluación. Un maestro también debe saber admitir sus limitaciones.

—Bueno, ya vale de aperitivo, ¿no?, ¿me llevo ya el humus?
— Sí, vale, así nos queda aún para mañana. Estaba riquísimo, mucho mejor que el de Merdadona.
— ¿De verdad?
— De verdad, ya sabes que yo no te miento. Si algo no me gusta, lo sabes. Y si algo está genial, también. En eso soy como Steve Jobs y su teoría de héroes y capullos. Y este humus está  coj….
— Será la suerte del principiante. Mira.

(y me enseña una página impresa en color, metida en una funda de plástico para archivador. Arriba pone "Hummus". Una página diseñada por ella con el File Maker. Con la foto del humus, los ingredientes, la elaboración, etc, etc.). 

— Ya veo. Pues si estuviéramos en un restaurante, de esos de los que no me termino de fiar, por mi manía personal de relacionar los menús con foto con la mala cocina, te diría que es exactamente lo que se espera de la foto. Y, encima, ese polvo de pimentón en el último momento, con el chorretón de aceite crudo… Vamos, que está genial. Paso del de Mercadona.

— La verdad es que está bueno, sí.

(y en ese momento, que acuerdo de una anécdota que me contó hace años. Su madre, de vez en cuando, se veía obligada a preguntar: "¿bueno, qué? ¿está bueno?". Y los demás respondían "pues claro, ¿cómo va a estar? buenísimo, como siempre.")

— ¿Qué prefieres, pierna o pechuga?

(lo escucho, pero no respondo. No sé qué responder.)

— Ya veo. Tu eterna duda.

(sigo escuchando, pero la cosa no mejora. Sigo sin saber responder).

Pero… tú sí sabes distinguir lo que es la pechuga y lo que es la pata... ¿no?

(si no respondo algo, lo que sea, va a creer que no la estoy escuchando. Y sí lo estoy.)

— Bueno, mira, pongo una pechuga y una pierna, y cuando lo veas, eliges.

(bien, ahora vamos mucho mejor. Y es que, si no tienes nada que decir, siempre va muy bien callarte. Me levanto para ver el aspecto de las dos opciones, y veo que en una de ellas la piel no está churruscadita. Y en la otra sí.)

— Es que yo lo quiero con la piel churruscada. Y esto no lo tiene. Y este otro sí.

— Pues eso es pechuga. Y lo que tiene la piel churruscada es la pierna. Así que, elige, y a partir de ahora trataré de acordarme.  Son cosas que se saben desde siempre. Vamos a saber, por fin, si eres de muslo, o de pechuga. Nunca es tarde para saber cosas.

— Pues yo nunca lo he sabido. ¿Y tú de qué eres?

— Yo de pierna, de toda la vida.

— ¿Y crees que estará el mundo repartido, o desequilibrado?

— Yo creo que repartido. En mi familia éramos cinco, y no había disputas. Pero desconozco el origen, no sé realmente cuando supe que yo era de pierna. Supongo que será algo parecido a lo que te pasa a ti con el Real Madrid. El problema es que tú no sabes cómo comer esto. Y tampoco sabes lo que te pierdes.

(Es verdad lo que dice. Y también es verdad que la cocina de mi casa, es decir, en la de mi madre, nunca ha habido huesos. O al menos, casi nunca. Y también es verdad que sólo habrá dos cocinas en tu vida, la de tu madre, y la de quien cocine para ti. Pero la cosa ha mejorado. Me siento más seguro, y respondo.)

— Ni huesos, ni espinas. O muy pocas, vamos. Ya sabes que un plato sin huesos, es un acto de amor. De pura alta cocina. Por cierto, ¿te acuerdas de la magnífica ensalada de perdiz escabechada -y deshuesada- que hacías el verano pasado?. Hace tiempo que no la haces. Un día de estos tengo que echar mano de ese archivador. Me vendrá bien para cuando me preguntas: ¿qué te apetece comer hoy?.


(he elegido la pierna por la piel churruscada. Sí, se ve claramente que es una pierna, ya lo sé. Así que cojo el tenedor y el cuchillo, y adopto la pose de cirujano, un  instante de pausa antes de proceder al primer corte. Pero, como siempre, no sé por dónde, y tampoco el ángulo correcto para el cuchillo. Ya avisé al principio de lo de la autocrítica. Ache me mira, y sigue comiendo. Pero noto su mirada en el radar que tengo en mi costado. Me mira de reojo, y yo trato de disimular, y coger el cuchillo y el tenedor con soltura. Al cabo del rato -cuando se come no se habla-, se reinicia la conversación.).

— ¿Ya no quieres más? Eso es poco, te has dejado más la mitad.

— Ya no tengo más hambre.

(ella coge mi plato, y a los pocos segundos, aparecen, juntitos, unos hermosos trozos de pollo, sin huesos, ni articulaciones, ni tendones, ni nada de eso que está duro al masticar. Pero es cierto que ya no tengo más hambre).

— Es que no sé distinguir entre lo que es hueso y lo que es… no sé, las articulaciones, o los ligamentos, o lo que sea…

— Son los ligamentos. Y los ligamentos se comen. Vamos, que sepas que yo como ligamentos.

— No sé, un día de estos voy a contarles una idea a los del Canal Cocina. Al Sergio —que, por cierto, se ha vendido a la basura—, a la Samanta de España y hasta al Arguiñano. No, al Arguiñano no, porque es una idea de altísima cocina. De esos restaurantes donde el nombre de los platos ocupan dos líneas. "Deshuesado y desligamentado". Eso da hasta para un programa entero. Vale para toda clase de animales: mamíferos y aves. Ay…si yo me pusiera a escribir sobre cocina…