3 de enero de 2013

La soldadura

ESTO NO ES PARA VOSOTROS, QUERIDOS ALUMNOS. SI HABÉIS DECIDIDO ECHAR UN VISTAZO A MI BLOG DURANTE LAS VACACIONES, MÁS VALE QUE CERRÉIS ESTA VENTANA Y OS PONGÁIS A TERMINAR EL TRABAJO QUE OS PEDÍ PARA LAS VACACIONES.







Estáis avisados.










Última oportunidad: no sigáis leyendo esto. No es para vosotros.










Mi padre trabajaba en un taller de chapa, donde había muchas máquinas: prensas, tornos, cepillos, plegadoras, etc. Fabricaban piezas para los trenes, los aviones, las máquinas recreativas, y en general cualquier cosa que requiriera algún proceso de fabricación donde el material principal fuera el hierro y el acero. En medio del taller, y a cada lado del largo pasillo de aquella nave, estaba la soldadura. Desde muy pequeño, calculo que yo tendría unos seis años, cada vez que me llevaban a aquel taller mi padre siempre me decía que no mirara la soldadura. Nunca me dijo por qué, y si alguna vez me lo dijo, yo no lo recuerdo. Sólo recuerdo que cuando creía que nadie me veía, cuando todo el mundo estaba trabajando en aquellas máquinas, yo me escondía detrás de algún cachivache (el taller estaba lleno de cosas extrañas, piezas de todos los tamaños con formas irreconocibles) y poniendo las manos delante de la cara, abría poco a poco los dedos para ver caer al suelo aquella lluvia púrpura. Era un azul tan intenso, tan brillante, que nada de lo que había visto hasta entonces se parecía. Las chispas salían despedidas hacia el aire varios metros, para caer luego lentamente hacia el suelo, y aún en el suelo seguían brillando durante algunos segundos. Estaba claro que tenían un poder hipnótico, como la serpiente Kaa, y por eso mi padre insistía tanto en que no mirara.

Ahora, después de tantos años, no me siento orgulloso de haber desobedecido a mi padre (más que una orden, era una recomendación, la luz intensa de la soldadura puede dañar la vista, por eso los soldadores usan una careta especial), pero siempre he pensado en el asunto de la soldadura como algo muy eficaz para entender la naturaleza humana, para entender el origen de la curiosidad, que no es otra cosa que el interés por conocer, por descubrir, por aprender.

Hagamos una cosa. Si habéis llegado hasta aquí, y sois alumnos míos, acercaos a mi mesa el primer día de cole, y me susurráis al oído esta palabra clave: "SOLDADURA".

Ya veré lo que hago yo después.

Feliz año nuevo a todos (a vosotros, queridos alumnos, también).