2 de enero de 2015

Esa ya la he visto

Vosotros hacías el cuadernillo de deberes que os preparé, y yo escribía algo, en eso quedamos.

Hace mucho tiempo que no voy al cine, pero eso no quiere decir que no me guste el cine. Sería como decir que no me gusta leer. Claro que me gusta el cine, me ha gustado desde siempre. Así que os voy a contar tres historias, que a mí me contaron hace muchos años. Vamos a jugar a las pelis. Tenéis que adivinar de qué pelis voy a hablar.

Antes de que existieran los videos, antes de que la tele fuera en color, las películas se veían en los cines. Había cines, y no sólo en la Gran Vía, incluso en la Plaza Elíptica, el Cine Oporto. Algunas veces ponían alguna peli en la tele (sólo había dos canales), pero muy de vez en cuando. En la tele lo que molaba eran Los Chiripitifláuticos, Tarzán, o una serie de marionetas ambientada en el espacio exterior, con naves espaciales y todo eso, pero muy pocas películas. Yo, la primera película que vi, al menos la primera que soy capaz de recordar, la vi en el cine Candilejas, en la Glorieta Luca de Tena. Era la historia de un huérfano, de unos ocho años, en la ciudad de Londres. Y un malo, malísimo, que acogía a todos los huérfanos y les obligaba a robar. Era un musical, una de esas pelis donde los actores cantan, y yo aprendí alguna canción, que durante años solía cantar por puro placer. Una película que se me quedó tan grabada, que creo que cambió mi vida.

Cuando fui un poco más mayor, pero no lo suficiente como para ir yo solo al cine, mi hermana mayor y su novio me llevaron al centro de Madrid, a unos cines llenos de gente joven, barbudos y chicas con botas altas, puro look de los primeros ochenta. Era la historia de un peluquero en la Alemania nazi. Por primera vez, al final de la película la gente aplaudió. Nunca más he visto aplaudir así al final de una película en un cine. Una película que se me quedó tan grabada, que creo que cambió mi vida.


Muchos años después, la gente comenzó a poder comprar y grabar películas, para verlas en la tele. La tele se convirtió en algo mucho más interesante, en algo casi imprescindible en todas las casas. Y años después, el video. Era muy difícil de programar para que se pusiera en marcha solo, pero si te gustaba, podías hacerte con una buena colección de películas. No lo sé, pero yo creo que antes eso no era un delito. El caso es que una de ellas, cuyo estreno tuve oportunidad de ver en la Gran Vía, estuvo durante mucho tiempo en el mueble bajo la tele. La vi muchas veces, y aún la sigo viendo. Cuando queráis invitar a algún amigo a casa a ver una peli, y os diga "esa ya la he visto", debéis saber que hay muchas pelis que molan tanto que se pueden ver tantas veces como uno quiera. Si te gustan a ti, es suficiente.

Esta era la historia de un chico joven, un chaval al que le gusta tocar la guitarra eléctrica, —y que vive en una preciosa urbanización—, que tiene un amigo científico. Este amigo, un auténtico genio, inventa una máquina del tiempo, y la coloca como motor de un coche deportivo. Con ese coche, los dos amigos viajan al futuro, concretamente, ahora, al 2015. Fijaos lo viejo que soy ya.

Mi hijo sabía diálogos enteros de memoria, no solo yo; durante muchos años estuve diciendo eso de "Piensa, MacFly" a mis compañeros de trabajo. En el fondo, era una historia sobre tecnología, una historia de ciencia ficción, y yo siempre he sido muy aficionado a la ciencia ficción. Ahora que ya estamos en el futuro, he visto vídeos en Youtube del monopatín aeroflotante, de los cordones autoajustables de las zapatillas, mi sobrina de cinco años me llama ella sola con el Ipad… aquel futuro no estaba tan alejado de la realidad. Muchas de las cosas que contaba aquella historia se han conseguido.

De la misma manera que a vosotros os hablo del lado oscuro de la fuerza, para mí el condensador de fluzo sigue siendo la caña. A día de hoy, no ha habido un invento igual. ¡Y usaba basura como combustible!

No hay nada tan apasionante como los retos que ante sí tiene el ser humano.