21 de diciembre de 2006

¿Es compatible con SoundBlaster?

Estábamos haciendo una demo multitudinaria del último CD-ROM que habíamos terminado. Era un producto para niños, basado en el cuento de Oscar Wilde, El Príncipe Feliz, y al congreso aquel acudían profesores de Educación Primaria, y por la tarde los niños y niñas de varios colegios.

Antes que nada, y sabiendo -por la media de edad- que aquellos profesores quizá no habían visto un ordenador en su vida, tuve la precaución de hacer una especie de Visita Guiada a la informática. Imaginaos, yo con un PC y el videoproyector, y cada profesor sentado en su pupitre con su respectivo PC. Justo después de decir algo parecido a "y observen que si mueven el ratón, una flechita se desplazará por la pantalla...", una señora mayor me llama:

- Oiga joven -cuando alguien te llama así, mal rollo-.
- Dígame.
- Este ordenador que me ha tocado a mí debe estar roto, porque yo muevo el ratón, pero la flechita no se mueve.

La señora estaba moviendo el ratón en el aire, como si fuera el mando a distancia de la tele.

Por la tarde, aparecieron los niños. Yo traté en vano de que antes de que empezaran con el programa, explicarles de qué iba la cosa. Todos estaban usándolo, y cada uno había ido al sitio que le había parecido más interesante.

Nadie mi hizo ni puto caso. Sólo hubo un niño que levantó la mano, al poco rato:

- Profe
- Sí, dime
- ¿Esto es compatible con SoundBlaster?

19 de diciembre de 2006

Soy maestro

Antes que nada, y antes de contaros esta batallita, he de deciros que soy maestro. Lo de la informática vino después. Además, no soy informático. Desconfío de la gente que responde a la pregunta de "¿A qué te dedicas?" con un rotundo "Soy informático". Es tan absurdo como decir "Soy electrónico". En mi caso, el primer contacto con la cosa de los ordenadores -los primeros tiempos de los Spectrum- me vino a través del Ministerio de Educación.

Llegó un día un inspector al colegio donde trabajaba, y preguntó si alguno de nosotros sabía inglés, porque estaba intentando organizar un curso para maestros con una señora americana y unos ordenadores que había traído. La señora se llamaba Mrs. Thompson -ya en aquel entonces tendría unos 60 años-. Y el curso era una especie de lenguaje de autor, para preparar preguntas y respuestas, basado en ordenadores Apple IIe. Sí, aún Steve Jobs y Steve Wokniak no habían inventado el Macintosh. Lo harían poco tiempo después, justo tres meses después, con aquel histórico anuncio en la SuperBowl, basado en el libro de Orwel. Era 1984. ¿Cuántos lectores de esto no habrían nacido?. Con razón me llaman "el abuelo" mis amigos blogeros.

En España, aparte de unos cuantos Spectrum en el mercado doméstico, y sólo para jugar, prácticamente no existían los ordenadores personales. Pero terminó aquel curso, y yo me quedé con las ganas de seguir practicando aquello. Mrs. Thompson, al despedirse, me dió un disco con el programa. Era mi primer programa. Mi primer disco. Y yo sin ordenador donde meterlo. Era un disco 5 1/4, un disco flexible. Un "floppy".

Llegamos mi padre y yo a una tienda que había en Madrid -hace años que desapareció- con el disco de Mrs. Thompson, y un papel donde yo había escrito Apple IIe. El sistema operativo del Apple IIe era tan horroroso como el MS-DOS. Algo terrible. Pero así eran los ordenadores.

- Buenas tardes, queríamos ver si tienen este ordenador.
- A ver... sí, el Apple IIe, aquí lo tiene.

En aquel momento, al lado del Apple IIe, había alguien sentado delante de otro ordenador, mucho más pequeño, pero con una cosa unida al monitor por un cable. Y aquel tío movía la cosa, y el trazo se reproducía en la pantalla. ¡Estaba dibujando! Dibujando "a mano alzada" con un ordenador. Mi padre -que durante toda su vida fue un apasionado de la tecnología-, y yo nos quedamos petrificados.

- ¿Y éste? ¿Cuánto cuesta?
- Ah, este acaba de salir, pero no funciona como el Apple IIe. Es "incompatible".

Era la primera vez que yo escuchaba la palabra "incompatible".

- ¿Quiere decir que el programa que traigo no funciona en ese?
- Sí, eso es. Los programas del Apple Macintosh no son iguales. Ni siquiera los discos son iguales. Son más pequeños.

Mi padre, -no yo-, gastó todos sus ahorros en aquel Mac. Un Macintosh 512, sin disco duro -no se había "inventado" aún- que aún conservo.

Vinieron después muchos años, cambié de profesión. Abandoné mi condición de funcionario del Ministerio de Educación, porque quería formar parte de aquello. Me leí el libro de John Sculley, De Pepsi a Apple, y me volví absolutamente loco. Yo quería ser como Steve Jobs. Yo también quería cambiar el mundo.

Y, después de tantos años, ¿sabéis lo que os digo? Que aún me emociono al pensarlo. Mi ilusión por cambiar el mundo no ha cambiado. A Steve Jobs le ha ido un poco mejor que a mí. El lo cambió con el Mac, con Next, con Pixar, con el IPod...

Pero yo también lo cambié con Explorama, El Príncipe Feliz, El traje nuevo del emperador y con La Aventura Educativa.

Ya sé que no sabéis de qué hablo. Pero ese es el espítiru de un blog. Quizá alguien lo sepa.

14 de diciembre de 2006

¿Pero esto habla?

Hago programas educativos. En los últimos tiempos, programas para profesores de autoescuela. Pero eso es lo mismo, no son programas de la hostia, -están hechos al 100% en flash- así que no se trata aquí de venderlos, principalmente porque yo no me llevo ninguna comisión, trabajo a sueldo.

Lo quería contar hoy es la pregunta que uno de los profesores de autoescuela que asistieron a último congreso me hizo. La verdad es que los profesores de autoescuela que asisten a los congresos de autoescuelas son todos propietarios de autoescuelas. Quiero decir, no son sólo profesores de autoescuela, sino que están al frente de un negocio propio, con ánimo de lucro propio, como el que todos tenemos (algunos somos más animosos que otros, eso es cierto).

Yo, como siempre he hecho, desde mis tiempos del SIMO (hacía demos de PageMaker en el SIMO, cuando aún estaba en el recinto ferial de la Casa de Campo), haciendo demos como un gilipollas del programa. Viene un tío al stand, y le pregunto si desea ver cómo funciona el programa, que es muy sencillo, que hará que sus clases seas más amenas, bla, bla, ba.

El tío, con síntomas evidentes de que le importaba una mierda lo que le estaba contando, me pregunta:

- ¿Pero esto habla?
- ¿Se refiere a si tiene sonido? Sí, claro, todas las animaciones donde el sonido es necesario está incluído.
- No, me refiero a si habla solo. Sin que yo tenga que usarlo. No tengo tiempo para todo esto, tengo que dar clases prácticas, y lo que necesitamos es algún programa que hable solo.
- Pues esto no habla solo. Es un ordenador conectado a un videoproyector para que usted lo use como si fuera una pizarra.
- Pues veo que la ciencia no avanza lo suficiente. Lo que nos vendría muy bien es algo que nos sustituyera para dar las clases teóricas. Algo que hablara solo.

Aquí acabó la conversación, la demo, y todo.

El programa no hablaba solo, pero yo sí empecé a hablar solo. Y sigo haciéndolo. ¿Para qué coño vamos a avanzar todos, si algunos se empeñan en retroceder?

12 de diciembre de 2006

El abad de Sponheim

Esta es una historia que tuve oportunidad de escuchar directamente del mismísimo Nicholas Negroponte (qué habrá sido de él), en un congreso en San Francisco, hace ya tantos años que ni me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que por aquel entonces, la informática estaba centrada en la edición de textos, y todo giraba en torno al PostScript, las filmadoras, la resolución, etc, etc.

El congreso se llamaba Seybold (había incluso una prestigiosa publicación -en papel, claro- con el mismo nombre, donde uno podía estar informado de las últimas innnovaciones del sector). Pero ya por aquel entonces en EEUU se empezaba a hablar sobre una cosa que era internet, y de otras cosas como el html y el xml. Y también se comenzaba a hablar, entre los editores, de una especie de fenómeno preocupante para el negocio, una especie de amenaza. Para crear una publicación se necesitaba una cierta infraestructura (al menos un Mac y una Laserwriter), pero allí se estaba empezando a ver "publicaciones" en pantalla. Era fácil, barato y rápido. Bastaba con saber algo de html, y tener a alguien -una empresa, universidad, ente público, etc.- que te dejara un pequeño espacio en su servidor.

Pero ¿quién iba a hacer las funciones de editor de aquel contenido? ¿Quién, cómo y dónde iba a estar el negocio? ¿Y si la gente se dedicada a copiar libros (o a escanearlos con un fantástico OCR que habian desarrollado unos españoles que se llamaba TextScan), quién iba a perseguir la copia ilegal? ¿Era necesario reflexionar seriamente, entre los editores más importantes -los más gordos americanos estaban allí, y también algunos importantes europeos, como los italianos Mondadori, los alemanes de Klett y, nosotros, españoles de Anaya- sobre cómo evitar que el negocio de la edición simplemente desapareciera?

Entonces, durante la comida, un tío se subió a un atril, dispuesto a dar un discurso mientras los demás (todos con nuestro cipol colgado), nos disponíamos a comer aquella bazofia americana de canapés. Resulta que era Nicholas Negroponte. Joder, era la primera vez en mi vida que asistía a una charla así, entre los ruidos de los platos y tenedores.

Y nos contó a todos la historia del Abad de Spoheim. Como es difícil encontrala en internet -aunque estoy seguro que está en alguna parte, como todo lo demás-, hoy he decidido escribirla aquí. Lo mismo alguien lo lee (ese es el espíritu de cualquier blog).

_________________________


Corrían los tiempos de la invención de la imprenta, en Alemania, entre los años 1450 y 1500. Hasta entonces, la tarea de reproducción de originales se desempeñaba casi de forma exclusiva en los montasterios, a través de los escribas, laboriosos copistas que dedicaban largas jornadas de trabajo a reproducir a mano, con cuidada caligrafía, originales de distintos temas. Es fácil imaginar la cantidad de ejemplares que de una sola obra serían capaces de copiar, por mucho que curraran.

Pues bien, hasta los oídos de un abad de un monasterio de Alemania, si no recuerdo mal, el abad de Sponheim, llegó la noticia de un invento infernal, que era capaz de reproducir, casi sin esfuerzo, cualquier original existente. Un invento que permitía, básicamente, que cualquier persona pudiera plasmar su pensamiento en papel, y duplicar su contenido tantas veces como deseara, utilizando para ello herramientas más propias de un herrero que de un escriba.

Animado por esta amenaza, se dedicó con ahínco a escribir un libro, titulado En defensa de los escribas, donde reflexionaba sobre el enorme peligro que representaba aquel invento. Los manuscritos, cuya reproducción dependía exclusivamente de la decisión de los únicos editores que existían- los responsables de cada monasterio- eran precisamente el único método para preservar la veracidad, la rectitud y la idoneidad de cada obra. Y, claro está, no todas merecían ser copiadas. Si aquella máquina salía al mercado (no se me ocurre otra expresión, pero no penséis en los mercados medievales de entonces), el diablo en persona tendría a su disposición una perfecta herramienta de captación de fieles. Había que prohibir su uso. Sólo el trabajo, la experiencia y la cultura adquirida de aquellas personas los capacitaban para reproducir las obras, y, por tanto, permitir su lectura.

Pero, y aquí viene lo más interesante, se produjo entonces la más paradójica transmisión de tecnología de la historia. El abad utilizó la imprenta para popularizar su libro entre el resto de monasterios.

¿A que mola?

Cuando alguien os diga algo sobre lo malo que es internet, sobre los pederastas impunes, sobre las páginas de fabricación de bombas, sobre que esto de internet en el fondo está controlado por las grandes empresas de comunicación y los gobiernos, contadles esta historia.

21 de julio de 2006

Esta es una lista de mails, pero no conozco las direcciones de correo, por eso lo pongo aquí:

Cat Stevens: ¿qué te pasó? ¿por qué reniegas de tus propias canciones? Si es porque está prohibido en la religión esa que te mola, ¿por qué te mola esa religión?

George Harrison: No te hacían ni puto caso ni John ni Paul, ¿pero por eso se te fue la olla con la religión también? ¿pero qué coño os pasa a todos con lo de la religión?

Steve Jobs: No te conoce casi nadie, y ni falta que hace. Lo importante es cambiar el mundo, no venderlo. Eso ya lo hace Bill Gates.

Simon y Garfunkel: Como no seáis amigos, no os pienso volver a escribir.

Bert (el desollinador de Mary Poppins): Te gustaba Mary Poppins, a que sí? Siempre lo supe.

Henry Gondorff (de El Golpe): Si piensas en montar algún otro, dame un toque, puedo hacer de lo que quieras.

Janis: A mi chica y a mí nos encantaría que vinieras a casa alguna día.

Silvio: ¿Por qué no montamos un blogg para buscar unicornios perdidos? Sería algo así como una oficina de "Lost and found", pero de unicornios azules

Carolina: Te vi en la glorieta Luca de Tena, yo tenía 5 años, y alguien me dijo tu nombre. ¿Qué coño me pasaría que aún me acuerdo de ti?

20 de julio de 2006

No sus hagáis barraquetas con los mixtos.
Atanasio, Club Naútico Los Nietos, Agosto de 1966.

Si ambas luces de un vapor
por la proa has avistado,
debes caer a estribor
dejando ver tu encarnado.