19 de julio de 2014

Deshuesado y desligamentado

Buenas. Que digo que hacía tanto tiempo que no escribía, que ni me acordaba de la contraseña.

Por eso, queridos alumnos, tenemos que escribir de vez en cuando. Algunos de vosotros, queridos ex-alumnos —uno de vosotros, para ser exactos—, me habéis preguntado alguna vez que por qué no seguía escribiendo. Y sólo se me ha ocurrido decir que para escribir tienes que tener un "estado de ánimo" (seguro que los expertos tienen un nombre para eso).

Internet, al menos el internet que yo amo, surgió con la cocina. Con la gente que empezó, gratis, a decir "pues yo le pongo esto, y me sale muy rico". Así que, aunque no entendáis nada, porque aún no sé escribir para vosotros, quizá algún día, porque los milagros ocurren, tengáis oportunidad de leerlo. Desde luego, yo no lo voy a guardar, ni a imprimir. Ah, una última cosa. La autocrítica es un invento muy anterior a la evaluación y auto-evaluación. Un maestro también debe saber admitir sus limitaciones.

—Bueno, ya vale de aperitivo, ¿no?, ¿me llevo ya el humus?
— Sí, vale, así nos queda aún para mañana. Estaba riquísimo, mucho mejor que el de Merdadona.
— ¿De verdad?
— De verdad, ya sabes que yo no te miento. Si algo no me gusta, lo sabes. Y si algo está genial, también. En eso soy como Steve Jobs y su teoría de héroes y capullos. Y este humus está  coj….
— Será la suerte del principiante. Mira.

(y me enseña una página impresa en color, metida en una funda de plástico para archivador. Arriba pone "Hummus". Una página diseñada por ella con el File Maker. Con la foto del humus, los ingredientes, la elaboración, etc, etc.). 

— Ya veo. Pues si estuviéramos en un restaurante, de esos de los que no me termino de fiar, por mi manía personal de relacionar los menús con foto con la mala cocina, te diría que es exactamente lo que se espera de la foto. Y, encima, ese polvo de pimentón en el último momento, con el chorretón de aceite crudo… Vamos, que está genial. Paso del de Mercadona.

— La verdad es que está bueno, sí.

(y en ese momento, que acuerdo de una anécdota que me contó hace años. Su madre, de vez en cuando, se veía obligada a preguntar: "¿bueno, qué? ¿está bueno?". Y los demás respondían "pues claro, ¿cómo va a estar? buenísimo, como siempre.")

— ¿Qué prefieres, pierna o pechuga?

(lo escucho, pero no respondo. No sé qué responder.)

— Ya veo. Tu eterna duda.

(sigo escuchando, pero la cosa no mejora. Sigo sin saber responder).

Pero… tú sí sabes distinguir lo que es la pechuga y lo que es la pata... ¿no?

(si no respondo algo, lo que sea, va a creer que no la estoy escuchando. Y sí lo estoy.)

— Bueno, mira, pongo una pechuga y una pierna, y cuando lo veas, eliges.

(bien, ahora vamos mucho mejor. Y es que, si no tienes nada que decir, siempre va muy bien callarte. Me levanto para ver el aspecto de las dos opciones, y veo que en una de ellas la piel no está churruscadita. Y en la otra sí.)

— Es que yo lo quiero con la piel churruscada. Y esto no lo tiene. Y este otro sí.

— Pues eso es pechuga. Y lo que tiene la piel churruscada es la pierna. Así que, elige, y a partir de ahora trataré de acordarme.  Son cosas que se saben desde siempre. Vamos a saber, por fin, si eres de muslo, o de pechuga. Nunca es tarde para saber cosas.

— Pues yo nunca lo he sabido. ¿Y tú de qué eres?

— Yo de pierna, de toda la vida.

— ¿Y crees que estará el mundo repartido, o desequilibrado?

— Yo creo que repartido. En mi familia éramos cinco, y no había disputas. Pero desconozco el origen, no sé realmente cuando supe que yo era de pierna. Supongo que será algo parecido a lo que te pasa a ti con el Real Madrid. El problema es que tú no sabes cómo comer esto. Y tampoco sabes lo que te pierdes.

(Es verdad lo que dice. Y también es verdad que la cocina de mi casa, es decir, en la de mi madre, nunca ha habido huesos. O al menos, casi nunca. Y también es verdad que sólo habrá dos cocinas en tu vida, la de tu madre, y la de quien cocine para ti. Pero la cosa ha mejorado. Me siento más seguro, y respondo.)

— Ni huesos, ni espinas. O muy pocas, vamos. Ya sabes que un plato sin huesos, es un acto de amor. De pura alta cocina. Por cierto, ¿te acuerdas de la magnífica ensalada de perdiz escabechada -y deshuesada- que hacías el verano pasado?. Hace tiempo que no la haces. Un día de estos tengo que echar mano de ese archivador. Me vendrá bien para cuando me preguntas: ¿qué te apetece comer hoy?.


(he elegido la pierna por la piel churruscada. Sí, se ve claramente que es una pierna, ya lo sé. Así que cojo el tenedor y el cuchillo, y adopto la pose de cirujano, un  instante de pausa antes de proceder al primer corte. Pero, como siempre, no sé por dónde, y tampoco el ángulo correcto para el cuchillo. Ya avisé al principio de lo de la autocrítica. Ache me mira, y sigue comiendo. Pero noto su mirada en el radar que tengo en mi costado. Me mira de reojo, y yo trato de disimular, y coger el cuchillo y el tenedor con soltura. Al cabo del rato -cuando se come no se habla-, se reinicia la conversación.).

— ¿Ya no quieres más? Eso es poco, te has dejado más la mitad.

— Ya no tengo más hambre.

(ella coge mi plato, y a los pocos segundos, aparecen, juntitos, unos hermosos trozos de pollo, sin huesos, ni articulaciones, ni tendones, ni nada de eso que está duro al masticar. Pero es cierto que ya no tengo más hambre).

— Es que no sé distinguir entre lo que es hueso y lo que es… no sé, las articulaciones, o los ligamentos, o lo que sea…

— Son los ligamentos. Y los ligamentos se comen. Vamos, que sepas que yo como ligamentos.

— No sé, un día de estos voy a contarles una idea a los del Canal Cocina. Al Sergio —que, por cierto, se ha vendido a la basura—, a la Samanta de España y hasta al Arguiñano. No, al Arguiñano no, porque es una idea de altísima cocina. De esos restaurantes donde el nombre de los platos ocupan dos líneas. "Deshuesado y desligamentado". Eso da hasta para un programa entero. Vale para toda clase de animales: mamíferos y aves. Ay…si yo me pusiera a escribir sobre cocina…