7 de diciembre de 2014

Poner canciones

En los años en los que yo estudié Magisterio, había gente, como yo, que se reunía en las casas para poner canciones. Era una especie de juego, en el que cada uno de los participantes escogía una canción —que generalmente todos conocíamos—, y se escuchaba con devoción. Canciones que hablaban a la gente, como Te recuerdo, Amanda. Aunque parezca ahora mentira, los jóvenes de aquella época, o al menos los que eran como yo, gente que trabajaba por la mañana y estudiaba por la noche, soñábamos con serpientes, y buscábamos un unicornio azul. Éramos los que cantábamos Ojalá, haciendo la segunda voz con Silvio. Los que conocimos a Vainica Doble.

Había gente muy aficionada al cómic —ahora los llamáis frikis—, y gente aficionada a la canción de autor. Unos leían 1984, mucho antes que 1984. Y otros supimos quién era Labordeta mucho antes que el resto.

Entiendo que nos poníamos muy pesados, con lo de Brassens y todo lo demás. Entiendo, pero no comparto, que mis mejores amigos me llamen "el triste", por la música que escucho. Pero uno no es dueño de su tiempo. Es más, como maestro de la escuela pública, yo diría esclavo de su tiempo. Hay que elegir una canción para el Festival de Navidad. Y creo que UNICEF ha elegido la misma. Si tenemos que aprender alguna, vamos a escuchar todos los días la misma. A escuchar, a traducir, y a entender la canción. Porque las canciones tienen dos cosas muy importantes: la música y la letra.

Un año más, Imagine, de John Lennon.

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