19 de febrero de 2008

Mi paseo espacial

Es muy difícil, pero lo voy a intentar. Me resulta tan difícil que siempre he pensado que, lo que voy a tratar de contar ahora, sería el tema de mi novela. La que nunca escribiré. Como, al menos de momento, me veo incapaz, quizá sea bueno empezar a contarlo aquí, que al fin y al cabo hay confianza.

Todos los veranos íbamos a un pueblo, a orillas del Mar Menor, llamado Los Nietos (la ese final, en murciano, no suena). Y todos los días, desde que llegaba hasta que, después de dos meses, me iba, estaba en la playa, o cerca de ella (y, por las noches, jugando a la botella...). Y desde cualquier punto, miraras donde miraras, estaba allí. Mucho antes que la Puerta de Alcalá. Aún está allí.

Un día, a la edad de mis alumnos, mi padre compró un pequeño bote. Nuestro primer barco. Era una zodiac, con un pequeño motor fuera-borda de 4 caballos (para que os hagáis una idea, un Vespino. Ah, perdón, que Vespinos ya no hay. Bueno, un ciclomotor). Y otro día, decidimos intentar dar la vuelta a la isla, y volver a casa. Lo decidió él. Tomó la misma decisión que Cristóbal Colón, o las misiones Apolo... incluida el Apolo XIII. Y era más parecido -mucho más- a la nave Apolo. Teníamos que llegar y dar la vuelta. En vez de a la Luna, a la Isla del Barón. Después de estar contemplándola, año tras año, día tras día, noche tras noche, iba a poder ver lo que había detrás. Lo que había detrás es una variante de lo que había después, como alguno de mis amigos comprenderá. Se me hace difícil contarlo con detalle, no sólo por la emoción, sino también por la dificultad de contarlo bien. De explicar con todo detalle cómo me sentí.


7 de la mañana. Mi padre me dijo que había que madrugar si queríamos intentarlo. El mar como un plato. Como un plato de verdad. Y el que no conozca el Mar Menor no sabe lo que estoy diciendo. Y yo, sentado en la proa -la parte de delante-, con la mirada fija en esa torre. La Torre del Barón. Aún está allí.

Y no hubo que llamar a Houston, porque no tuvimos ningún problema. Supe, desde aquel momento, que había sido el paseo espacial más importante de mi carrera.

Y era verdad.

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Esta no es la Leyenda de la Isla del Barón. Quizá algún día seré capaz de escribirla. Quién sabe.

7 comentarios:

Irreverens dijo...

¡Qué grandes son las aventuras que se corren de pequeño!
:)))

Bonito recuerdo.

Anónimo dijo...

Cuando eres niño todo te parece grande e importante, de todas formas que suerte tenías de poder montar en barca en aquella época, nosotros nos conformábamos con subir a la Peña Muñana, y jugar a exploradores.

Anónimo dijo...

Me has hecho llorar, y con la foto tambíén, de emoción, lo sabes. Lo has contado maravillosamente...

Paco Bernal dijo...

Yo quiero leer la novela. Me gustaría que la escribieras. Uno no sabe si es capaz de algo hassta que se pone.
Porsiaca, te cuento cómo la escribiría yo. Trozos de acción que duren exactamente un folio. No más de un folio al día. Déjate a ti mismo con el ay de lo que pasará al día siguiente. Desarrolla las tramas de los personajes que hay alrededor del barco. Que la novela crezca radialmente desde esa travesía hacia todo lo que había alrededor en Los Nietos.
Bueno, lo dejo que me pierdo.
Igual te sirve la sugerencia.
Abrazos,
P.

Rodros dijo...

Cerca de sus costas cogí un día un caballito de mar.
A mí de todas formas me iba más la isla Grosa.

Carlos Añejo dijo...

Yo también pasé muchas vacaciones en el Mar Menor. Pero yo era más de ir a esta isla... cómo se llamaba... la del Ciervo, creo recordar, la que estaba unida por un brazo de tierra a la Manga.

Qué recuerdos.

Qué desnudez.

con Ka dijo...

El domingo llegamos hasta el otro lado de la Isla del Barón, a la parte de 'detrás'. Haber leído tu historia antes del viaje le dio un significado diferente. Los lugares tienen otro sentido cuando conoces los recuerdos que despiertan en otras personas.