11 de abril de 2012

Para Águeda

Seguro que os enteráis antes aquí, pero de todas maneras, os lo digo yo: Águeda está mucho mejor, aunque aún permanece en el hospital con su madre. He hablado con ellas esta mañana, y están las dos bien. Como la echamos de menos, he pensado que quizá pueda leer esto desde algún móvil (tengo que adaptarme a los nuevos formatos). Va por ti. Y por todos lo que, como nosotros, estamos operados de apendicitis.

Hacer el ridículo


¿Qué es hacer el ridículo? En vez de explicarlo, es mejor contar una historia. Una historia de las muchas que yo podría contar cuando hice el ridículo.

Era la primera (y única vez en mi vida) que iba a volar en primera clase. Y además a San Francisco, a un congreso al que acudíamos el director general de Anaya y yo.
Primero estuve un ratito esperando en un restaurante precioso con magníficos sofás y taburetes mullidos. Había bandejas llenas de bollos de todo tipo: donuts, donuts de chocolate, pepitos de crema, pepitos de chocolate, palmeras, palmeras de chocolate... Y podías coger todo lo quisieras, porque era un restaurante self-service, que significa "sírvete tú mismo". Una agradable música acompañaba aquel ambiente. Un ambiente magnífico.

Al rato, una azafata nos pidió por favor que la acompañáramos al avión. Por supuesto, nuestras maletas fueron transportadas también al avión, pero por alguien a quien ni siquiera vimos.

Nada más entrar por la puerta de aquel avión, un Boeing 747, otra azafata muy amable nos indicó que subiéramos por las escaleras. Nunca en mi vida había visto un avión que tuviera escaleras por dentro. Ni siquiera sabía que existían aviones así. Una vez en el piso de arriba del avión, me indicaron mi asiento. Eso no era un asiento. El sofá de mi casa, donde nos sentamos Ache y yo, es casi más pequeño que aquel asiento. Además, tenía dos enormes brazos a los lados, para poner el walkman o lo que quisieras. ¿Cómo? ¿No sabes lo que es el walkman? Es como un emepetres, pero antiguo. Bueno, el caso es que me siento, y al poco rato se escucha por los altavoces:

- Señoras y señores, bienvenidos al vuelo 26789 de TWA con destino Nueva York (primero fuimos a Nueva York, y desde allí a San Francisco). Antes de despegar, serviremos un aperitivo de bienvenida.

Yo pensé: "genial, porque tengo hambre". Mientras miraba distraído por la ventanilla, vi que otra azafata, vestida como una maitre de restaurante de lujo, caminaba con una enorme olla de plata en las manos. De aquella olla salía humo, de forma que pensé: "eso está caliente. Será un pincho de algo caliente". La azafata sacó algo de aquella olla, usando lo que me pareció que eran unas pinzas de cocina (como las pinzas que hay en algunas casas para servir los espaguetis) y se lo ofreció al señor que estaba a mi derecha. Afortunadamente, yo iba en segundo lugar en la fila de asientos. Justo cuando estaba a punto de abrir la boca para coger aquel pincho y comérmelo, vi por el rabillo del ojo que el señor lo cogía, lo desplegaba... y se limpiaba las manos. Era un trapito. Un trapito caliente para limpiarse las manos. Y no me lo metí en la boca por sólo un segundo. Creo que me lo habría tragado.

Tu profe.

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