29 de noviembre de 2014

La letra

Otro día os hablaré de la ortografía, hoy toca hablar de la letra. Es decir, de la caligrafía.

"Tienes que mejorar la letra". Eso es lo que escribo en casi todos los exámenes. Pongo la nota, y escribo un pequeño comentario. Y lo escribo, claro está, a mano. Pero os diré un secreto: es un comentario que me hago a mí mismo. Sí, el que tengo que mejorar la letra soy yo. Y es muy difícil hacerlo (y en la pizarra digital, muchísimo más). Pero no dejo de admirar la letra de mis compañeros, y lo hago saber en público. La clase de los mayores sabe que siempre que entro y me encuentro la pizarra con ejercicios de Mates, dejo claro que la profe Julia tiene una letra preciosa. Y los alumnos lo saben.

Me cuesta reconocerlo, pero es pura experiencia propia: en general, las maestras tienen mejor letra que los maestros. En mi caso personal, la diferencia es muy grande. Aún así, incluso para ellas es más difícil  escribir en la pizarra digital que con la tiza. En mi cole tenemos las dos, y usamos las dos.

No sé si sabéis, porque no sé quién lee esto, que siempre tendré devoción por Steve Jobs (y por Steve Wozniak, aún más). Él era un enamorado de la letra; fue él quien permitió que los ordenadores tuvieran diferentes tipos de letra. Dejó la universidad, pero iba a las clases de Tipografía.

La letra somos nosotros. Por eso es tan importante. Sabéis quién ha escrito en la pizarra, y yo sé de quién es el cuaderno, aunque no hayáis puesto el nombre. La letra es nuestro acento, nuestro carácter, nuestra forma de ser. Es nuestra letra, y no nosotros, quien dice si somos buenas personas.

16 de noviembre de 2014

La cocina

Sigo hablando de cocina. Porque la cocina —ahora que estoy con ello con los de 4º—, es una palabra polisémica. Y esta vez me refiero a la primera acepción de la RAE: "pieza o sitio de la casa en el cual se guisa la comida".

Digo yo que, de la misma manera que tiene que haber nuevos maestros, también habrá que tener nuevos arquitectos. Los que estudian para ser capaces de construir pisos baratos, sostenibles y dignos, para que la gente siga soñando con comprarse un piso (que cada vez hay menos…). A ellos me gustaría dirigirme hoy.

La cocina, desde que yo tengo uso de razón, en Madrid ha sido siempre el espacio más pequeño. Mucho más que el salón, que era para las visitas, para ver la tele y para tumbarse a leer. Cuando, ya de mayor, tuve la oportunidad de ver una casa de pueblo (los de Usera no teníamos pueblo a donde ir), me di cuenta. No era un lujo, era sentido común. En la cocina se habla, se bebe, en la cocina se regala uno a sí mismo cosas, y regala a los demás. Y regalar mola. Y en la cocina Steve Jobs tomaba las decisiones.

En la cocina es donde mi amigo Mario me recibe. En la cocina es donde queremos estar todos, acompañando al que cocina. Pero no cabemos, sólo cabe una persona.

Olvidad el salón. Ya no hay salón. Centraos en la cocina, por favor.

26 de octubre de 2014

El aragonés

Yo podría tener el C1 en aragonés. Supongo que el C2 no, porque admito que he escuchado conversaciones enteras, sin enterarme de nada, principalmente con gente de Luesia. Pero ¿un C1? seguro que sí. Tengo el B2 en inglés, así que creo que aprobaría el siguiente nivel en aragonés. Lamentablemente, por cuestiones que van más allá de lo lingüístico, más allá de la historia —la historia es algo que se empieza a estudiar a partir de un determinado punto del pasado—, el aragonés no es una lengua, al menos una distinta a la mía, a la de Usera. Tengo una camiseta con montones de palabras en aragonés, que incluso me sirve para entablar conversaciones, y someterme voluntariamente a exámenes improvisados con aragoneses nativos. Tengo un fantástico libro, titulado "Curso de oregonés para forános", y soy capaz, gracias al programa de AragónTV, de distinguir bien (aunque no con exactitud), los diferentes significados de palabras como "jodo", dependiendo únicamente de su entonación. Por eso creo, y no me gustaría parecer pedante, que podría tener un certificado más, lo que se traduce en más puntos para los concursos de traslados, o méritos en general. Pero es que además, y gracias a que mi mujer es aragonesa —de pura cepa—, yo aprendo más aragonés cada día. Puede parecer mentira, porque aparentemente no son dos lenguas distintas, pero lo cierto es que rara es la ocasión, al menos una vez a la semana, que no aprendo nuevo vocabulario, o —lo que es mucho más difícil—, aprendo nuevas expresiones.

En la única asignatura en donde me puedo permitir más flexibilidad con el currículo, la extinta Alternativa a la Religión, todos los años mis alumnos escriben y cantan la canción "Somos", de José Antonio Labordeta. Supongo que él se refería a "somos los aragoneses", pero para mis objetivos didácticos eso da igual. A mí me gusta pensar que cuando él cantaba "somos" se refería a "somos, los de esta lengua, aquellos que me entendéis lo que digo…"

No sé si mi lengua es el madrileño, castellano, castellano-aragonés, español... no quiero ponerle vallas al nombre de mi lengua. Es lo único que tengo, lo único que no tengo que demostrar. Y pienso seguir aprendiendo, porque siempre habrá alguien que le haya puesto un nombre mejor a algo.

El paco: el paco es aquella zona del monte donde siempre hay sombra. En invierno, estará helada, y en verano hará más fresco. Algo así como la humbría. Como diría un aragonés, es lo mismo, pero no es igual.


18 de octubre de 2014

El subplato

A pesar de que la gente lleva ya años aprendiendo un montón de cosas de cocina gracias a internet, creo que aún hay temas que no se trabajan tanto, y que serían muy interesantes, ya no sólo en internet, sino incluso en los programas de televisión dedicados a la cocina.

Como, además, nuestro periódico ha contado —y espero que lo siga haciendo— con protagonistas tan reconocidos como Robin Food, he pensado en proponer desde aquí algunos de esos temas, en torno a la cocina, que yo echo de menos.

Yo como todos los días de tupper, y como estupendamente. En diez minutos, pero muy bien. Con pieza de fruta de postre. Calculo que tendremos unos 12 platos, más o menos, para no repetir, o al menos para conseguir más variedad: comer cada día de la semana lo mismo no es una buena idea, se pierde el interés, aunque esté bueno. Tengo una especie de bolso, del Carrefour, con dos tuppers con cierres laterales, de buena calidad. Un vaso de plástico, los cubiertos y un mantelito de tela (como en la mesa de trabajo). Tal y como están las cosas, estoy seguro de que no soy el único, y no sólo por el dinero que te gastas en comer fuera, sino por lo importante que es comer bien. (aunque comer bien significa dos cosas, que no siempre van unidas: comer lo que te gusta y comer lo que necesitas).

Si pudiera —es decir, si tuviera tiempo—, haría una foto a cada plato, a partir del lunes, con el nombre del plato, y la receta de mi mujer en el FileMaker. No me imagino cuánta gente gente puede haber en España, y fuera de España,  (maestros, estudiantes, profesores, oficinistas….) que tengan que aprender a cocinar, para alimentarse ellos mismos. Y no me refiero a la cocina de fin de semana, porque esa es otra historia. Me refiero a cómo conseguir ciertas cosas, que tienen que ver con la cocina, pero con la de todos los días, como, por ejemplo, cómo llevarse al curro un trocito de pan —una barra cortada en cuatro— que, a la hora de comer, esté tierno (por supuesto, sin ir a la panadería). O los diferentes suplatos que tienen ciertos platos, como el cocido y los canelones de carne de cocido. El subplato, esa receta que haces con las sobras de otro plato, es uno de los pilares fundamentales de la alimentación. Un gran desconocido.

8 de octubre de 2014

Concurso de jeroglíficos

Y el ganador es… Dani.

(si no sabéis la solución, pasaros por nuestro cole).


28 de septiembre de 2014

Silvia y el 100%

Domingo, durante el aperitivo de los domingos.

— Ya lo dije en la reunión de padres, al principio de curso.

— ¿El qué? ¿Les dijiste que el sistema era injusto?

— No, pero les dije que este año sólo teníamos una alumna de sexto, y que por tanto, si aprobaba la prueba CDI, saldríamos entre los primeros coles de la lista, con el 100% de aprobados. Y también les dije, un segundo después, que podríamos salir de los últimos, con un 100% de suspensos. Y que con eso no quería meterle presión a Silvia. Ella misma lo cuenta en su primer artículo de este año.

— Ya, no se trata de eso, pero algún sistema tiene que haber. Debe existir alguna forma de saber cuál es el porcentaje de aprobados en cada colegio. Y eso la gente lo tiene que saber, me da igual que sean colegios públicos o privados. Debe existir algún mecanismo para detectarlo, y para hacerlo público.

— Yo no digo que no, entiendo la idea de evaluación desde que estudié Magisterio, y sé que alguna forma tiene que haber. Pero sigo diciendo que el concepto de porcentaje, que tanto cuesta explicar a los niños, hace que el sistema se corrompa. No hablo de los colegios privados, yo no sé si hacen trampas o no, y me da igual, yo sé que no las hago. Pero el 100% de uno es uno. En este caso, una.

— Ya, lo entiendo, ese es tu caso, pero sigo diciendo que la gente tiene que saberlo, y confiar en quienes se encargan de analizarlo. Tu caso es muy particular, pero eso no hace que el sistema sea completamente inútil. Un sistema tiene que haber, aunque tenga sus fallos. Nada es perfecto.

Me quedo callado, una vez más, sin argumentos. Al menos sin argumentos de peso.

De modo que, Silvia, tenemos que ponernos las pilas desde ya. Mientras que atiendo a los de 4º, tú ve leyendo, que luego lo vemos juntos. Vamos a hacer, tú y yo, todo lo posible. Y lo vamos a hacer no por aprobar, sino por aprender, y por el simple gusto de hacer las cosas bien. La presentación de los cuadernos, los resúmenes, la caligrafía, todo cuenta. En Alternativa, aunque seamos tú y yo solos, no podemos avanzar, así que seguiremos aprendiendo canciones y grabándonos en video cantando. Seguiremos con el mismo cuaderno del año pasado, pero añadiendo más canciones. La próxima, ya sabes, la que escuchaste el otro día: "Poema de amor", de J. M. Serrat, cantada por Lole y Manuel. Y en Lengua y Cono, a tope. Te toca hacer los resúmenes en Power Point de todas las unidades.

No tienes referencias, no tienes al mejor de la clase, ni al peor. Ni siquiera puedes identificarte con los del montón, porque el montón eres tú. Pero aquí me tienes, dispuesto a echarte una mano. Somos un equipo. Y lo vamos a conseguir.

21 de septiembre de 2014

Anaya

Para un maestro, elegir el libro de texto del curso que viene (algo que la ley permite hacer cada cuatro años) es, a la vez, un ejercicio de responsabilidad y de confianza. De responsabilidad, porque un buen maestro analiza cada propuesta editorial —que no es sólo el libro del alumno—, y tiene en cuenta muchos factores. Entre otros, y cada vez más, el contenido multimedia, es decir, el software escrito para ordenadores, tabletas, etc. Por supuesto, en internet. Pero también es un ejercicio de confianza. Confianza en gente que se toma muy en serio lo que escribe, porque sabe que lo van a leer -y a aprender- muchos niños.


Por eso voy a tratar de explicar aquí por qué los libros de mi cole son de Anaya.

Para empezar, he de decir que hay opciones tan buenas como las de Anaya, sin dar nombres. Lamentablemente, y lo digo porque me dediqué a ello con toda mi pasión, no existe aún ninguna razón suficiente para que, al menos en mi cole, hayamos decidido cambiar los libros de texto por tabletas. Ni Anaya, ni ninguna otra editorial, tienen algo de calidad y ajustado al currículo -esa es otra cuestión- que no sea el papel. Al menos esa es mi opinión, y me siento con capacidad para hacerla pública. Hay propuestas con buena pinta, pero a todas les falla algo: el diseño de interfaz, la compatibilidad con diferentes sistemas operativos y plataformas de hardware, el modelo de negocio, etc. 

En mi opinión, el principal problema lo tienen en este último factor. Creo que no tienen claro aún el modelo de negocio. Me da la impresión de que siguen discutiendo sobre el mismo tema: los comerciales que tienen que vender libros, y los que creen que hay que invertir en software, y cobrar la suscripción. Y ese es el problema: cómo ganar pasta —o al menos sostener el negocio—, ofreciendo más software a niños y maestros. Yo no sé cuál es la solución. Por eso, entre otras cosas, me fui de Anaya. Porque me di cuenta de que el software educativo tenía que ser gratis. Y algo gratis parece incompatible con el negocio editorial. Si está en internet, ¿quién paga? ¿los padres, cada alumno, los profesores, los colegios privados, el Ministerio, la Comunidad Autónoma? ¿y de qué forma, mediante una contraseña? ¿le decimos a los maestros que tienen que asignar una contraseña única a cada alumno? En definitiva, ¿cuál va a ser el papel de la editorial de libros de texto?. Aún existe una oportunidad, pero cada vez queda menos tiempo. Si tuviera dinero, invertiría en gente que haga buen software educativo.

Así que, si eliminamos el factor de la responsabilidad, solo nos queda el de la confianza.

El primer día, allá por el año 1988, llegué a la oficina con un zapato de cada color: uno marrón y otro negro. Al vestirme, y por no encender la luz, escogí de forma equivocada entre dos pares de zapatos muy parecidos… pero de distinto color. Nunca he creído en las supersticiones, ni en los fenómenos paranormales, pero ese detalle no se me olvidará en la vida. 

En medio de una zona inmensa de mesas con papeles y máquinas de escribir, existía aún el taller. El taller de fotomecánica (curioso, Google cree que no existe esa palabra…). Y los del taller eran muy de taller... hasta se peinaban en el baño antes de fichar a la salida. Mezclados con ellos, y formando parte de la misma gente que entraba por la puerta de Personal, había un grupo, que fue siendo cada vez más numeroso, de otro tipo de gente. Gente joven, con ganas de hacer las cosas bien, y de demostrar que sabían hacerlo. En la planta noble, la 2ª planta del edificio que aún podéis ver en la carretera hacia el aeropuerto, las cosas eran muy diferentes: allí no había gente joven.

Y comenzamos a usar ordenadores para hacer los libros. Los del taller hicieron todo lo posible por adaptarse, y los de las máquinas de escribir también. Instalé ordenadores en todas las mesas, en todos los departamentos, excepto en uno: la sala de los correctores. Allí había un grupo de unas seis personas, cuya única tarea consistía en leer de forma minuciosa cada papel que se les entregaba. Eran capaces de notar hasta la variación de espacio entre letras, algo que no era muy común "antes de los ordenadores". Y de ellos aprendí que la errata más gorda siempre está en los títulos. 

Fueron pasando los años, los congresos Seybold, las ferias de Frankfurt... y el desktop publishing pasó a ser una realidad generalizada. Ya no era sólo PageMaker, era toda la gente usando Quark, y lanzando sus ficheros Postscript directamente a las filmadoras. Al poco tiempo, desaparecieron las pocas enceradoras que quedaban, y con ellas las galeradas. En aquellos congresos escuché a Nicholas Negroponte decir aquello de que "no se había visto tal revolución tecnológica desde los tiempos de Gutemberg". Y todos nosotros formábamos parte de aquello. Los editores, los maquetistas, las secretarias reconvertidas en maquetistas, los ilustradores, los diseñadores, los que trataban de explicarle a D. Fernando Lázaro Carreter que las cosas habían cambiado… Comíamos todos en el comedor de la planta baja, y allí se mezclaban las corbatas -pocas- con las camisetas. A alguien se le ocurrió comenzar a dar nombres de "El Señor de los Anillos" —antes de que se estrenara la primera película—, a los servidores que iban apareciendo en la red: el más importante era Mordor, allí había que guardar todas las copias de seguridad de todos los departamentos...

Estoy seguro de que no fui yo solo el que creyó "a pies juntillas" en aquello de Aprender es descubrir, aprender es disfrutar, aprender es participar: vive la aventura de aprender en el Universo Anaya.

Han pasado muchos años desde que Anaya ya no es de D. Germán, pero sé que aún hay allí mucha gente a la que conocí, y de la que aprendí mucho. Por eso los libros de mi cole son de Anaya, por esa gente.

Este artículo va dedicado a la memoria de Juan Domenech, mi compañero de trabajo, que en paz descanse.




7 de septiembre de 2014

Las redes sociales

Ache, Chema (un amigo) y yo, en La Galería, un bar de El Tiemblo.

- Chema:
Y nos hemos hablado por guasap, pero todavía no nos hemos visto. Ahora,  os digo una cosa, me parece una magnífica persona.

- Ache:
Por cierto, ¿habéis leído lo del "tercer check" en el guasap?

- Yo:
Sí, es alucinante. Y lo curioso es que había mucha gente que pensaba que el "doble check" quería decir que el destinatario había leído el mensaje. Y no, no es cierto.

- Chema:
No era cierto, pero parece ser que los del Guaspap se están planteando hacer que sí lo sea. Van a poner un tercer check.

- Yo:
Desde que existe el guasap me he preguntado cuál era el modelo de negocio. Supongo que tiene que ver con mis trabajos anteriores, donde tanto en Ecuality como en Eresmas estaban hablando todo el día de eso, del "modelo de negocio". Dicho de forma simple, de cómo ganar pasta en internet. Pues estos lo  han conseguido. Aún recuerdo cuando en Eresmas ofrecíamos el servicio de SMS gratuito. Hasta que llegó un día en que la dirección nos dijo que aquello iba a dejar de ser gratuito. Pues los del guasap sembraron… y recogieron. Fue gratis hasta que ellos dijeron que dejaba de serlo, porque era suyo.

- Ache:
Sí, pero, ¿en qué consiste exactamente el "tercer check"? ¿Cómo puede saber con exactitud un móvil que has leído algo?

- Chema:
Pues no lo sé con exactitud, pero el caso es que tienen la programación terminada. Hombre, supongo que el móvil no sabe si tienes la cara delante de él y cierras los ojos.

- Ache:
Claro, lo que les falta es el cuarto check.

- Chema y yo:
¿¿El cuarto check??

- Ache:
Claro. Ha salido, le ha llegado, lo ha leído y…. lo ha entendido.

- Chema y yo:
¡Jajajaja! ¡Genial! ¡Lo ha entendido!

- Yo:
Eso sí que sería el Modelo de Negocio. Lo ha leído y lo ha entendido. Pero ni los de Google están aún cerca de eso.


29 de agosto de 2014

Montar en moto

Un soneto me piden mis amigos
contando el viaje en moto del verano.
La primera parada fue en Vitigudino
bocata de jamón, agua y helado.

Marcando el paso firme la Lucera,
petardea Morgana en retaguarda,
los tres amigos y la carretera
con rumbo a Portugal, destino Guarda.

En moto, los olores, el paisaje,
el Duero -colosal- como escenario,
y huyendo de autopistas de peaje.

Aunque quizá resulte innecesario,
gracias a los dos por el viaje.
Sois unos cracks, lo firmo ante notario.



14 de agosto de 2014

Bonito con tomate

Con la idea de que sólo los blogs de cocina son los que funcionan —fueron los primeros en aparecer y serán los últimos en extinguirse—, trataré también desde aquí a hablar de eso, es decir, de cocina. Llevo escribiendo en este blog —eso sí, muy de vez cuando— desde hace ocho años, y he sido testigo de algunas (pocas) iniciativas cuyo número de lectores, entre los que me incluyo, ha aumentado de forma muy significativa. Blogs que hablan de cocina.

Para empezar, se debe tener en cuenta que este blog pertenece a la categoría de "blog de  maestros". Una categoría, con un creciente número de ejemplos, de maestros que escriben en un blog, aunque los destinatarios a priori sean distintos: otros maestros, futuros maestros, familias de alumnos, alumnos o público en general. De hecho, yo conozco algunos buenos ejemplos. De manera que, aunque trataré de hablar de cocina, lo haré desde la perspectiva de mi trabajo. Uno debería de aprender a cocinar desde pequeño.

Lo que sí aprendemos todos muy pronto, los que no sabemos cocinar y los que sí saben, es a sumar a nuestro paladar nuevas experiencias, o a recordar y repetir —a veces, machaconamente— experiencias que ya conocemos, y que nunca nos defraudan. Si lo hace tu madre, es jugar a ganador. En tu cabeza, de forma inconsciente, porque tú no estás interesado en ello, se está cociendo el concepto "bonito con tomate". A los veinte años, el concepto está tan arraigado, que forma parte de tu propio ser. Tú estás hecho, entre otras cosas, de bonito con tomate. Eres así, para lo bueno y para lo malo, porque no has parado de comer bonito-con-tomate-de tu-madre desde que ponían a Los payasos de la tele. Y ya han pasado unos añitos.

Poder ofrecer, gratuitamente, la formación necesaria —la educación necesaria— para tratar de aprender tú a hacerlo, es un acto de solidaridad, de ganas de compartir. Aunque yo creo que eso es muy difícil. Lo más normal es que una receta cuyo título rece "Bonito con tomate" sea algo que nada tenga que ver con tu bonito con tomate. Porque es tuyo, no lo sabes hacer, pero sabes identificarlo. Podrían hacerte una prueba con los ojos vendados, como aquella de Pepsi y Coca-Cola, y podrías distinguirlo perfectamente, aunque tu madre compitiera con los mejores cocineros españoles. Y lo más divertido del caso es que cada uno de nosotros, todos, tenemos grabado el concepto, aunque en vez de bonito con tomate sea pisto, tortilla de patatas o croquetas de la yaya.

El método de acierto y error es un método antiquísimo pero infalible. Pero para que haya aciertos, debe haber errores, si no hay errores, es prácticamente imposible. Después de varios intentos, este verano he vuelto a comer, porque lo hace mi chica, bonito con tomate. Impresionante.


19 de julio de 2014

Deshuesado y desligamentado

Buenas. Que digo que hacía tanto tiempo que no escribía, que ni me acordaba de la contraseña.

Por eso, queridos alumnos, tenemos que escribir de vez en cuando. Algunos de vosotros, queridos ex-alumnos —uno de vosotros, para ser exactos—, me habéis preguntado alguna vez que por qué no seguía escribiendo. Y sólo se me ha ocurrido decir que para escribir tienes que tener un "estado de ánimo" (seguro que los expertos tienen un nombre para eso).

Internet, al menos el internet que yo amo, surgió con la cocina. Con la gente que empezó, gratis, a decir "pues yo le pongo esto, y me sale muy rico". Así que, aunque no entendáis nada, porque aún no sé escribir para vosotros, quizá algún día, porque los milagros ocurren, tengáis oportunidad de leerlo. Desde luego, yo no lo voy a guardar, ni a imprimir. Ah, una última cosa. La autocrítica es un invento muy anterior a la evaluación y auto-evaluación. Un maestro también debe saber admitir sus limitaciones.

—Bueno, ya vale de aperitivo, ¿no?, ¿me llevo ya el humus?
— Sí, vale, así nos queda aún para mañana. Estaba riquísimo, mucho mejor que el de Merdadona.
— ¿De verdad?
— De verdad, ya sabes que yo no te miento. Si algo no me gusta, lo sabes. Y si algo está genial, también. En eso soy como Steve Jobs y su teoría de héroes y capullos. Y este humus está  coj….
— Será la suerte del principiante. Mira.

(y me enseña una página impresa en color, metida en una funda de plástico para archivador. Arriba pone "Hummus". Una página diseñada por ella con el File Maker. Con la foto del humus, los ingredientes, la elaboración, etc, etc.). 

— Ya veo. Pues si estuviéramos en un restaurante, de esos de los que no me termino de fiar, por mi manía personal de relacionar los menús con foto con la mala cocina, te diría que es exactamente lo que se espera de la foto. Y, encima, ese polvo de pimentón en el último momento, con el chorretón de aceite crudo… Vamos, que está genial. Paso del de Mercadona.

— La verdad es que está bueno, sí.

(y en ese momento, que acuerdo de una anécdota que me contó hace años. Su madre, de vez en cuando, se veía obligada a preguntar: "¿bueno, qué? ¿está bueno?". Y los demás respondían "pues claro, ¿cómo va a estar? buenísimo, como siempre.")

— ¿Qué prefieres, pierna o pechuga?

(lo escucho, pero no respondo. No sé qué responder.)

— Ya veo. Tu eterna duda.

(sigo escuchando, pero la cosa no mejora. Sigo sin saber responder).

Pero… tú sí sabes distinguir lo que es la pechuga y lo que es la pata... ¿no?

(si no respondo algo, lo que sea, va a creer que no la estoy escuchando. Y sí lo estoy.)

— Bueno, mira, pongo una pechuga y una pierna, y cuando lo veas, eliges.

(bien, ahora vamos mucho mejor. Y es que, si no tienes nada que decir, siempre va muy bien callarte. Me levanto para ver el aspecto de las dos opciones, y veo que en una de ellas la piel no está churruscadita. Y en la otra sí.)

— Es que yo lo quiero con la piel churruscada. Y esto no lo tiene. Y este otro sí.

— Pues eso es pechuga. Y lo que tiene la piel churruscada es la pierna. Así que, elige, y a partir de ahora trataré de acordarme.  Son cosas que se saben desde siempre. Vamos a saber, por fin, si eres de muslo, o de pechuga. Nunca es tarde para saber cosas.

— Pues yo nunca lo he sabido. ¿Y tú de qué eres?

— Yo de pierna, de toda la vida.

— ¿Y crees que estará el mundo repartido, o desequilibrado?

— Yo creo que repartido. En mi familia éramos cinco, y no había disputas. Pero desconozco el origen, no sé realmente cuando supe que yo era de pierna. Supongo que será algo parecido a lo que te pasa a ti con el Real Madrid. El problema es que tú no sabes cómo comer esto. Y tampoco sabes lo que te pierdes.

(Es verdad lo que dice. Y también es verdad que la cocina de mi casa, es decir, en la de mi madre, nunca ha habido huesos. O al menos, casi nunca. Y también es verdad que sólo habrá dos cocinas en tu vida, la de tu madre, y la de quien cocine para ti. Pero la cosa ha mejorado. Me siento más seguro, y respondo.)

— Ni huesos, ni espinas. O muy pocas, vamos. Ya sabes que un plato sin huesos, es un acto de amor. De pura alta cocina. Por cierto, ¿te acuerdas de la magnífica ensalada de perdiz escabechada -y deshuesada- que hacías el verano pasado?. Hace tiempo que no la haces. Un día de estos tengo que echar mano de ese archivador. Me vendrá bien para cuando me preguntas: ¿qué te apetece comer hoy?.


(he elegido la pierna por la piel churruscada. Sí, se ve claramente que es una pierna, ya lo sé. Así que cojo el tenedor y el cuchillo, y adopto la pose de cirujano, un  instante de pausa antes de proceder al primer corte. Pero, como siempre, no sé por dónde, y tampoco el ángulo correcto para el cuchillo. Ya avisé al principio de lo de la autocrítica. Ache me mira, y sigue comiendo. Pero noto su mirada en el radar que tengo en mi costado. Me mira de reojo, y yo trato de disimular, y coger el cuchillo y el tenedor con soltura. Al cabo del rato -cuando se come no se habla-, se reinicia la conversación.).

— ¿Ya no quieres más? Eso es poco, te has dejado más la mitad.

— Ya no tengo más hambre.

(ella coge mi plato, y a los pocos segundos, aparecen, juntitos, unos hermosos trozos de pollo, sin huesos, ni articulaciones, ni tendones, ni nada de eso que está duro al masticar. Pero es cierto que ya no tengo más hambre).

— Es que no sé distinguir entre lo que es hueso y lo que es… no sé, las articulaciones, o los ligamentos, o lo que sea…

— Son los ligamentos. Y los ligamentos se comen. Vamos, que sepas que yo como ligamentos.

— No sé, un día de estos voy a contarles una idea a los del Canal Cocina. Al Sergio —que, por cierto, se ha vendido a la basura—, a la Samanta de España y hasta al Arguiñano. No, al Arguiñano no, porque es una idea de altísima cocina. De esos restaurantes donde el nombre de los platos ocupan dos líneas. "Deshuesado y desligamentado". Eso da hasta para un programa entero. Vale para toda clase de animales: mamíferos y aves. Ay…si yo me pusiera a escribir sobre cocina…






6 de noviembre de 2013

Notas de prensa

He estado echando un vistazo a la prensa, y se me ha ocurrido hacer un resumen de lo más destacado en los últimos días (así, de paso, lo mismo alguien se anima a comentar algo a los periodistas):

  • Como este año en la clase de los mayores están también los de tercero -que se han convertido en mayores por imperativo legal-, el otro día estuve explicando a los de quinto y sexto el tema de la reproducción sexual de los animales y, mientras, los de tercero hacían sus ejercicios, aparentemente ajenos a lo que yo explicaba a sus compañeros más mayores. Aún así, y según he leído, parece que algún periodista de tercero estuvo escuchando... Su padre cría conejos, y por eso hace una precisa descripción de lo que hacen los conejos cuando "les pasan los espermatozoides" a las hembras. El otro día apareció un taxi por el pueblo, y este periodista del que os hablo se quedó completamente alucinado, como si hubiera visto un Ferrari. Sin embargo, me pregunto cuántos niños de Madrid conocerán los detalles de la reproducción sexual de los conejos. Conocimiento del Medio.
  • Este otro periodista se despide de nosotros con su último artículo. Se va a Bolivia. Cuando los periodistas de este periódico, ya sabéis, el mejor periódico del mundo, se despiden porque se van al instituto, nos da mucha pena a todos, y todos los años leemos algún artículo de este tipo. Pero este caso es especial. Jorge está en segundo, y el destino se lo lleva a un país que aún no conoce. Espero que la vida le trate bien allá, porque Jorge se lo merece.
  • También podemos leer temas relacionados con la prensa del corazón. Yo mismo no sabía que tenemos un periodista especializado en la prensa del corazón, y eso que soy el director del periódico. Murió Manolo Escobar, y me vi a mi mismo, hace casi cincuenta años, subido en un taburete y cantando en las reuniones familiares lo del "trigo entre toas las flores, ha elegido a la amapolaaaa...". 
  • Y todo eso, sin contar con operaciones quirúrgicas que afortunadamente han ido bien, excursiones al Parque de las Aguas, visita del dentista al cole, apasionantes jornadas de caza, perras que han tenido crías, trabajos en los ayuntamientos, noticas deportivas...
En definitiva, un poco de todo. Como en el resto de periódicos.


26 de octubre de 2013

Ex-alumnos

Tres artículos (tres entradas) en lo que va de año. Y luego les digo a mis alumnos que escriban. Este blog es una falacia... (si alguien no sabe lo que significa "falacia" que lo mire aquí.)


Te echo de menos, y les pido disculpas a mis actuales alumnos, a los que les tengo mucho cariño, por decirlo en público. Eso no significa que no los quiera a ellos, porque -aunque alguno quizá lo dude- también los quiero a ellos; pero hace mucho tiempo que quería decírtelo, y no sabía cómo, o no encontraba el momento. Así que este artículo (esta entrada) es para ti.

A los maestros, a todos los maestros, nos encanta pensar que nuestros ex-alumnos tienen un buen recuerdo de nosotros. Nos gusta pensar eso porque nos acordamos perfectamente de aquel maestro que tuvimos, aquel que de verdad nos enseñó; en el fondo, nuestra aspiración es ocupar ese lugar de la memoria que permanece para siempre, como en mi caso la Señorita Victoria. No sabemos si cobraremos la extra de Navidad, así que soñamos con que ellos, es decir, tú, tengáis un buen recuerdo de nosotros. Algo sí como un certificado de calidad, pero que no está en papel ni sirve para los sexenios.

El otro día vino Paula a verme. Está contenta, y eso es lo más importante. La vi muy mayor, y muy responsable, me alegré mucho de que viniera a verme. También vino ayer Juan Antonio; está hecho un tío hecho y derecho. Le pregunté si tenía novia, pero me dijo que "esas cosas son personales". Le di dos besos a Paula, y un abrazo de hombre a Juan Antonio.

Otro para ti, Juan, el amigo oficial de la clase.

(y besos para tus padres y tus hermanos).

9 de mayo de 2013

No recortes, no

Una maravilla de video de un colegio público. Enhorabuena a todos los que han intervenido: a los niños, y a mis colegas de profesión.

25 de febrero de 2013

El cocido

Mi hija comparte fotos del cocido por el whatsapp. Entre sus amigos, repartidos por toda Europa —esa vuelve a ser la realidad de los jóvenes españoles, después de tantos años—, se envían fotos de los cocidos que preparan. Cocidos elaborados en Londres, en Bruselas, en Alemania, en el sur de Francia, en Italia... o en Chamberí. Cocidos españoles que viajan a través de internet, como viajaban muchos años atrás los paquetes grasientos de chorizo en los trenes. Garbanzos como bits, como paquetes de información desde direcciones IP, para mostrar al mundo un instante efímero, aquel momento que precede a la ingesta por excelencia: hoy hay cocido. Podríamos reducirlo todo al simple participio del verbo cocer, y aún más absurdo, si nos vemos obligados a traducirlo al inglés (today, we've got boiled for lunch), pero los españoles, y en particular, nosotros, los madrileños, sabemos de lo que estamos hablando. Hoy hay cocido.

Así que, hoy domingo, que hay cocido, me he decidido a dejar constancia aquí, para que el mundo lo sepa, por qué el cocido es un asunto muy serio.

1 - Para empezar, los madrileños, que nos pasamos la vida buscando nuestra identidad como madrileños, tenemos muy pocas ocasiones de sentirnos identificados con nuestra tierra, fundamentalmente porque, en el reparto de la España de las Autonomías, a Madrid le correspondió muy poca tierra. Eso sí, cuando vengas a Madrid, chulona mía, además de hacerte emperatriz de Lavapiés, lo suyo es prepararte un cocidito madrileño. Pocos platos tienen dedicado un pasodoble.

Pero además, cuando viajas por España puedes seguir disfrutando de comer algo que conoces, con variantes que lo hacen aún más interesante: el cocido montañés, o el cocido maragato -posiblemente, el primer plato antisistema de la historia- con la genial idea de dejar la sopa para el final.

2 - Puede, si tienes suerte, que llegue un día a lo largo de tu vida que pruebes por primera vez la langosta, el arroz con bogavante, o los chipirones en su tinta; pero el cocido lo conoces desde siempre. Después del destete, viene el cocido. Aprendiste a manejar la cuchara comiendo la sopa de cocido —justo en esta etapa se encuentra mi sobrina, de tres años— y fue con el cocido cuando usaste por primera vez el tenedor, tratando inútilmente de pinchar los garbanzos uno a uno. El cocido está en tu ADN, eres lo que eres gracias al cocido. Puedes cambiar de sexo, de país, de equipo de fútbol, puede que vivas en Groenlandia, o en la selva del Amazonas, o que la vida te lleve a adaptarte a la comida asiática; tarde o temprano la imagen de un plato de cocido delante de ti te conectará con tu propia realidad, con tu propia historia, con tu verdadero yo: la sopa y los garbanzos.

3 - El cocido no es un plato, ni una receta; el cocido es una forma de vida. En la España de la posguerra, en muchos hogares españoles no había duda, ni incertidumbre, ni sorpresa. Uno no se preguntaba "¿qué habrá de comer hoy?". Llegada la hora de comer -a las dos, no a las tres, ni a las tres y media-, la sopa con fideos (fideos cuyo grosor aumentaba a medida que te alejabas de la capital) y el plato de garbanzos era la comida habitual. La presencia del chorizo, el trozo de jamón y el tocino veteado variaba de forma drástica, dependiendo de la economía del hogar. Pero cuando, aún hoy, en el menú del bar colocan el cartel de "Hoy, cocido completo", todos sabemos que nos espera un ejercicio gastronómico que conocemos desde siempre. Sobra el adjetivo "completo": hoy hay cocido.

4 - ¿Son dos platos? ¿Es uno solo, donde la densidad de la sopa, mezclada con los garbanzos y el resto de ingredientes varía en función de personales e intransferibles parámetros? No se sabe; ahí reside uno de los múltiples encantos. Desde la sopa con muy pocos fideos, seguida del plato con garbanzos en el centro, rodeados del chorizo, el jamón, el tocino y la verdura, hasta un único plato con todo revuelto, incluidos los fideos. Lo importante es que es el propio comensal el que lo decide, no el cocinero. De esta forma, el comensal participa, de alguna manera, en la elaboración del plato. Construye el plato a su medida, y se toma su tiempo antes de proceder a la ingesta. En definitiva, customiza el menú, y lo adapta a la forma en que siempre lo ha comido en su casa.

5 -  El cocido no es cool, ni marca tendencia, ni está presente en los grandes espectáculos de nuestra excelente gastronomía. El cocido no es vintage, ni forma parte del menú de las bodas, los congresos, o los grandes acontecimientos. El cocido se hace y se come en casa; y cuando una pareja decide vivir juntos, son los cocidos los que levantan los cimientos del hogar, independientemente de dónde se encuentren: cuantos más cocidos hagan, más fuerte y sólida será su unión; porque el cocido no es comer en casa, el cocido es estar en casa.

Así que me voy, os dejo, que hoy hay cocido.


3 de enero de 2013

La soldadura

ESTO NO ES PARA VOSOTROS, QUERIDOS ALUMNOS. SI HABÉIS DECIDIDO ECHAR UN VISTAZO A MI BLOG DURANTE LAS VACACIONES, MÁS VALE QUE CERRÉIS ESTA VENTANA Y OS PONGÁIS A TERMINAR EL TRABAJO QUE OS PEDÍ PARA LAS VACACIONES.







Estáis avisados.










Última oportunidad: no sigáis leyendo esto. No es para vosotros.










Mi padre trabajaba en un taller de chapa, donde había muchas máquinas: prensas, tornos, cepillos, plegadoras, etc. Fabricaban piezas para los trenes, los aviones, las máquinas recreativas, y en general cualquier cosa que requiriera algún proceso de fabricación donde el material principal fuera el hierro y el acero. En medio del taller, y a cada lado del largo pasillo de aquella nave, estaba la soldadura. Desde muy pequeño, calculo que yo tendría unos seis años, cada vez que me llevaban a aquel taller mi padre siempre me decía que no mirara la soldadura. Nunca me dijo por qué, y si alguna vez me lo dijo, yo no lo recuerdo. Sólo recuerdo que cuando creía que nadie me veía, cuando todo el mundo estaba trabajando en aquellas máquinas, yo me escondía detrás de algún cachivache (el taller estaba lleno de cosas extrañas, piezas de todos los tamaños con formas irreconocibles) y poniendo las manos delante de la cara, abría poco a poco los dedos para ver caer al suelo aquella lluvia púrpura. Era un azul tan intenso, tan brillante, que nada de lo que había visto hasta entonces se parecía. Las chispas salían despedidas hacia el aire varios metros, para caer luego lentamente hacia el suelo, y aún en el suelo seguían brillando durante algunos segundos. Estaba claro que tenían un poder hipnótico, como la serpiente Kaa, y por eso mi padre insistía tanto en que no mirara.

Ahora, después de tantos años, no me siento orgulloso de haber desobedecido a mi padre (más que una orden, era una recomendación, la luz intensa de la soldadura puede dañar la vista, por eso los soldadores usan una careta especial), pero siempre he pensado en el asunto de la soldadura como algo muy eficaz para entender la naturaleza humana, para entender el origen de la curiosidad, que no es otra cosa que el interés por conocer, por descubrir, por aprender.

Hagamos una cosa. Si habéis llegado hasta aquí, y sois alumnos míos, acercaos a mi mesa el primer día de cole, y me susurráis al oído esta palabra clave: "SOLDADURA".

Ya veré lo que hago yo después.

Feliz año nuevo a todos (a vosotros, queridos alumnos, también).

16 de noviembre de 2012

Los escaparates

Hoy nos hemos ido de excursión. Temíamos que nos fuera a llover, porque la idea era comernos el bocadillo en el campo, cuando termináramos la vista al Museo de las abejas, en Poyales del Hoyo. Pero ha hecho un día fantástico, un día de otoño, con cientos de tonos de colores en el campo y pequeños arroyos que se abrían paso a través del verde intenso de la hierba. La mujer que nos ha recibido, nos ha enseñado cosas interesantísimas de la vida de las abejas -una vez más, una auténtica lección de otros animales, distintos a nosotros, que saben cómo organizarse para vivir en sociedad-.

Pero a mí lo que más me ha gustado no ha sido eso. Al despedirme de ella:

— Muchas gracias por todo. Ha sido muy interesante; hasta los pequeños te han estado escuchando.

— Gracias a vosotros. La verdad es que da gusto con un colegio así. El otro día vino uno que....

Y eso, aunque los maestros disimulemos, nos encanta que nos lo digan. Es como cuando yo le digo a mi moto que es la mejor de todas. Le encanta que se lo diga (y es verdad).

Después, mientras comíamos tranquilamente el bocadillo sentados en una tapia de piedra, alguien me ha preguntado:

— Profe, ¿vas a escribir en tu blog este fin de semana?

— Pues no lo sé, la verdad. El caso es que tengo una historia sobre los escaparates...

Hemos vuelto al cole, sin novedad (contando enfermizamente a todos, antes y después de entrar en el autocar (e incluso durante el trayecto...). Hay que entender que llevamos niños de todas las edades, incluidos los de tres años; aún así, excepto alguna pregunta de "¿Cuándo viene mi mamá?" de vez en cuando, incluso ellos han disfrutado de un día en el campo, y han visto a la abeja reina. Y ahora saben que es más grande que las otras, las obreras (por no mencionar la vida de los zánganos, que se queda para los medianos y mayores...).

Así que aquí tenéis lo que se me ocurrió el otro día con lo de los escaparates.

Los escaparates han sido muy importantes en mi vida. Pero no me había dado cuenta hasta hace muy poco tiempo, apenas unos meses. Aquí, donde vivo, no hay apenas escaparates, y los echo de menos. El único escaparate que merece la pena es el del Reviejo, una ferretería del pueblo que te atiende de verdad, a la antigua usanza, entendiendo y resolviendo tu problema (trata de explicarle al chino, en español, que lo que necesitas es, por ejemplo, un paquete de pelos de segueta). Aún así, debería cambiarlo de vez en cuando, ahora que no me oye. Aunque fuera con las mismas cosas, pero cambiadas de sitio. La Dremel, a la izquierda, y la máquina esmeril, a la derecha. Así yo tendría excusa para quedarme más rato allí, mirándolo. Porque me he pasado más de media vida mirando escaparates. Os podría contar muchas historias mías, historias sobre escaparates, pero se me me ha ocurrido contar las dos primeras que recuerdo, es decir, mi dos primeros escaparates, y el último.

Mi primer escaparate

Estaba en la calle Rafaela Ybarra, casi esquina con Marcelo Usera. Era un tienda de deportes que también tenían juguetes. Tenía dos escaparates enormes, uno a cada lado de la puerta. En el de la izquierda tenían el traje de la selección española (sin estrellita, para la estrellita quedaban aún más de cuarenta años). A la derecha, delante de mis narices, y a la altura de mis narices, había una cartuchera plateada, con una pistola a cada lado. Sólo faltaba el sombrero de cow-boy, pero eso ya lo tenía. Quería tener aquellas pistolas. Y cada día, al ir, pero sobretodo al volver del colegio, me paraba delante de las pistolas, porque de forma inocente pensaba que si lo deseaba mucho, mucho, al final terminarían en mi cintura. Me las compró mi tía Cari. Y fui enormemente feliz aquel día. Ojalá pudiérais verme caminar con las piernas arqueadas por Marcelo Usera, con las manos en las cartucheras, listo para la acción.

Fue la única arma que he tenido. Nunca más me dio por tener otra.

Mi segundo escaparate

El segundo escaparate que recuerdo realmente no era mío, quiero decir, no me paraba yo a mirarlo, sino que era mi padre quien se paraba. Y yo de la mano con él. Estaba en la Gran Vía, y tenía una moto enorme. Una moto que no se veía por la calle, algo tan espectacular, que parecía mentira. Pero era una moto de verdad, con todos sus detalles, a menos de un metro de nosotros. Estoy seguro de que ni siquiera era una tienda de motos. La moto estaba allí, en el escaparate, tratando -y consiguiendo- llamar la atención de los que caminaban por allí. Aquella moto estaba allí para que la gente se parara a verla. Para eso están los escaparates, para que la gente se pare a verlos. Mi padre y yo pasábamos mucho rato allí - aunque parezca increíble, en aquellos años era normal ir de vez en cuando por la Gran Vía- y cada vez que pasábamos yo sabía que nos pararíamos a verla. Él quería verla, y yo también. Me fascinaba aquella moto, con esos enormes reposapiés, aquel faro redondo y aquel asiento de cuero de color blanco. Nunca supe a quién nos gustaba más, si a mí, o a él.

El último escaparate

El último que recuerdo, fue mucho antes de venirme aquí a vivir. Está en la calle San Bernardo, y es una tienda de motos. Allí vi a La Goldwing por primera vez. A un metro de mí. Nunca más habrá algo tan bonito en un escaparate.

Ya no hay escaparates. Odio los centros comerciales.








16 de octubre de 2012

Google y Apple maps

Solo tengo un alumno que me pregunta todos los días si he escrito en mi blog. Pero solo por un alumno merece la pena hacer el esfuerzo. Tengo un lector. Así que aquí estoy, escribiendo el día del fallo del Premio Planeta. Un año más que me quedo sin recibirlo, y sin merecerlo.

La tristeza

Hay una cosa que no viene en el libro de Cono, en la unidad de la que tenemos el examen el próximo jueves: la reproducción humana. Cuando en el libro se menciona que en la pubertad comienza a aparecer vello en las axilas y todo eso, también hay una cosa que sucede, tanto a los chicos como a las chicas: a veces nos ponemos tristes. Y no solo eso, sino que a veces, solo a veces, nos ponemos tristes aposta. Eso no lo pone en el libro, pero lo sé yo, porque me acuerdo. Lo sé por propia experiencia.

Coincidía normalmente con la llegada del otoño, con el campo de fútbol lleno de hojas, cuando las chaquetas se olvidan en el colegio porque por las mañanas hace frío y por las tardes calor. Era en esa época donde los nombres de los amigos que habíamos conocido durante el verano empezaban a desaparecer de nuestra memoria, de nuestro disco duro. Se te olvidaban algunos nombres y caras, pero tenías muy presente alguna cara, y algún nombre. Aunque no volvieras a verla hasta el verano siguiente.

Comenzabas a darte cuenta de que es precisamente en el verano cuando de verdad aprendes las cosas importantes, no en el cole. Las cosas verdaderamente importantes para la vida ocurren siempre durante el verano, no se trata solo de lamentarse del colegio. En el colegio aprendes lo de los sinónimos, lo del cigoto, o lo de I don't like mushrooms. Y durante el verano aprendes a vivir.

Yo siempre me ponía, y aún lo hago (cuando estoy solo), una canción, para estar más triste aún. Me la ponía aposta. Era una canción que había conseguido traducir, que decía "Tienes un amigo". Ya la conocéis, porque la cantamos en el Festival de Navidad del año pasado. Esa de "Winter, Spring, Summer or Fall, all you have to do is call..."

Y miraba al globo terráqueo, buscaba el Océano Pacífico, y navegaba hacia alguna isla desierta. Mi dedo seguía lentamente el rumbo, por los cuarenta rugientes. Yo iba firme al timón, dispuesto a ser el primero en pisar aquella remota isla. Nada más llegar, construiría una cabaña de troncos, y nadaría junto a los delfines durante todo el día. Me alimentaría de cocos, y de peces. Principalmente de salmonetes. La llamaría la Isla del Barón-Varón. Como Bora-Bora.

El caso es que a veces, te pones triste. Y a veces sin saber por qué.





20 de septiembre de 2012

Remiendos de canciones

Esta mañana me preguntábais en clase si había escrito en mi blog. Ya os he dicho que no, que no me había dado tiempo. Pero es precisamente de eso de lo quiero hablar, es decir, escribir: del tiempo.

El tiempo atmosférico

Septiembre es un mes maravilloso. No hay turistas en el pantano (y, por tanto, no hay graves accidentes), y casi no pasan coches por la carretera. Estoy sentado en la terraza de casa, escribiendo con el IPad; la temperatura es perfecta, y la luz también. Son las 19:45 pm, y la tarde comienza su lento final. Esperad, hago ahora mismo una foto (con el Ipad) y cuando termine esta entrada os la pongo. Ya me quedan pocos días para comer en casa, pronto volveré a la fiambrera (al menos a mí no me cobran por llevarla), por eso

El tiempo no atmosférico

... es muy importante que aprendáis a disfrutar de vuestro tiempo. Sí, ya sé que eso no tiene sentido. Cuando me lo decían a mí a vuestra edad, también me sonaba a chino. "¿Que quiere decir eso? ¿Cómo se hace? ¿Como voy a disfrutar de mi tiempo, si tengo mogollón de deberes? Disfrutaré de mi tiempo, cuando tenga tiempo. Ahora no tengo tiempo de disfrutar de mi tiempo."

Y es que eso no lo sé explicar. Que os lo expliquen vuestros padres (si es que pueden).

De manera que la historia esta que voy a contar, no es para vosotros (aunque podéis leerla, claro). Es para las personas de mi misma generación, de mi tiempo. Les escribo a ellos porque, como son de mi tiempo, me entienden bien, y no es necesario que me ponga a explicarlo en la pizarra (digital y analógica, que en mi cole tenemos las dos).

Esta mañana, como no soporto las noticias, le he dicho a Aleatorio que pusiera música. No lo podía soportar, hablaban de que algún político había criticado a Santiago Carrillo. Un señor que murió ayer. Y Aleatorio, que algunas veces me da hasta miedo de lo bien que me conoce, me ha puesto una canción en inglés, de Bob Marley. Redemption song. Una auténtica maravilla de canción. Un poema.

Ah, qué tiempos. Volvía a casa, por Marcelo Usera, cuando vi un montón de coches, tocando el claxon, con banderas por fuera de las ventanillas. Paraban, se bajaban de los coches, daban abrazos a los desconocidos y volvían a subir a sus coches. No era el fútbol, aquella fue la primera vez en mi vida que era testigo de una alegría colectiva, más allá de algún acontecimiento deportivo. Por alguna razón que aún no logro explicar, llegué a casa y no se lo conté a mi madre, de manera que tardé mucho tiempo en saber por qué aquella gente estaba aquel día tan contenta: aquel día se legalizó el Partido Comunista.

Como cuando llegaron a mi altura, yo también choqué la mano, y también saludé como lo hacían ellos, siempre pensé que ya me había afiliado. Tendría diez años, la edad de mis alumnos. Qué tiempos.

None but ourselves can free our minds.

Have no fear for atomic energy,

'Cause none of them can stop the time.

How long shall they kill our prophets,

While we stand aside and look? Ooh!

Some say it's just a part of it:

We've got to fullfil the book.

Won't you help to sing

This songs of freedom-

'Cause all I ever have:

Redemption songs;

Redemption songs;

Redemption songs.

 

13 de septiembre de 2012

Mi verano

Como director del mejor periódico del mundo –me mola un montón este cargo, pero porque me he nombrado yo–, he intentado evitar que los temas "Mi verano" se repitieran. Nos debemos a nuestro público, y si queremos tener más lectores –yo sí, porque por eso soy el director–, no podemos aburrirlos con lo que se ha hecho este verano (a no ser que te hayas ido con tu chico a Thailandia y Birmania). Además, y ahora os lo digo como periodista de internet, escribir sobre lo que ha pasado durante dos meses es muy difícil. Al final acabas contando sólo lo que hiciste el primer de día de vacaciones... y el último. Y no se te ocurre escribir de casi nada. El truco está es no intentar contarlo todo, concentrarse sólo en una cosa, aunque quizá no haya sido la mejor, ni la más importante.


Morgana, Lucera y La Goldwing, en ese orden, por una carretera entre árboles muy frondosos (entre frondosos árboles, vaya) a la derecha y a la izquierda. En pleno mes de agosto, veo un río a la derecha. Un río con agua. Con un montón de agua. Vamos despacio, La Goldwing, a puntita de gas.

La Goldwing:
— Mira, un río. Pedazo de río.

Yo:
— A ver, espera un poco que crucemos ese puente. Seguro que ahí pone el nombre. El Porma. Que maravilla. Te digo una cosa, yo veo a Lucera y a Óscar cada vez mejor, de verdad. Los veo que se miran y eso. Cuando paramos y cuando arrancamos.

La Goldwing:
— Buá, ¿y ahora te das cuenta? ¡Pero si se tiran media hora para aparcar! Cada vez que paramos... ¿tú te has dado cuenta? Ahora te pongo aquí, pero no, mejor aquí. Que te pongo la pata de cabra, que no, que mejor no, que mejor el caballete. ¡No ha sacado la bayeta porque estábais Alberto y tú!

Yo:
— Tú te llevas bien con ella, está claro que sois Honda.

La Goldwing:
— No empieces con eso. Yo no voy de "Triumph por la vida", más preocupada de cómo sueno de ver cómo ando. Yo soy una Goldwing. No necesito decir nada más. Si Lucera es el IPhone de las motos, estás subido en el Mac.

Yo:
— Tienes razón. Ah, espera que voy a apoyar los riñones.. ah... ya. Bueno en fin, lo de Morgana y Alberto... eso está ya clarísimo. Ya, ni lo disimulan. Si hubiera un MOTOCICLISMO con sección de corazón, ellos habrían salido en portada.

La Goldwing:
— Bueno, lo que me contaste del traje blanco ese, como el de Richard Gere, que viste en su armario es alucinante. Oficial y Caballero en León. No te digo nada.

Yo:
— He llegado a pensar que eligió a Morgana por esa peli. No es ninguna barbaridad. Somos lo que vemos. Yo sigo hablando del reverso tenebroso en clase (es mi discurso de apertura. Un discurso para el curso).

La Golwing:
— Empieza el Puerto de Pajares. ¿Por qué no pones un poco de música? Hace un día increíble. Temperatura perfecta. Asfalto perfecto, cero baches.

Yo:
— Buena idea. Para eso llevas un Ipod. Mi Ipod. Mi música. Aleatorio, dale.

(y aleatorio pincha...

Tu madre no lo dice, pero mira mal,
quien el chico tan raro
con el que vas.
Cuando yo estoy delante,
me trata muy normal,
y a solas te imagina un novio más formal.
Cualquier noche, los gatos
de tu callejón,
maullarán a gritos esta canción....)

La Goldwing:
— Porque yoooo, tengo una bandaaaaa de Rock and Roll. ¡Dale Lucera! ¡Enséñale a esa inglesa cómo se sube Pajares!