28 de septiembre de 2014

Silvia y el 100%

Domingo, durante el aperitivo de los domingos.

— Ya lo dije en la reunión de padres, al principio de curso.

— ¿El qué? ¿Les dijiste que el sistema era injusto?

— No, pero les dije que este año sólo teníamos una alumna de sexto, y que por tanto, si aprobaba la prueba CDI, saldríamos entre los primeros coles de la lista, con el 100% de aprobados. Y también les dije, un segundo después, que podríamos salir de los últimos, con un 100% de suspensos. Y que con eso no quería meterle presión a Silvia. Ella misma lo cuenta en su primer artículo de este año.

— Ya, no se trata de eso, pero algún sistema tiene que haber. Debe existir alguna forma de saber cuál es el porcentaje de aprobados en cada colegio. Y eso la gente lo tiene que saber, me da igual que sean colegios públicos o privados. Debe existir algún mecanismo para detectarlo, y para hacerlo público.

— Yo no digo que no, entiendo la idea de evaluación desde que estudié Magisterio, y sé que alguna forma tiene que haber. Pero sigo diciendo que el concepto de porcentaje, que tanto cuesta explicar a los niños, hace que el sistema se corrompa. No hablo de los colegios privados, yo no sé si hacen trampas o no, y me da igual, yo sé que no las hago. Pero el 100% de uno es uno. En este caso, una.

— Ya, lo entiendo, ese es tu caso, pero sigo diciendo que la gente tiene que saberlo, y confiar en quienes se encargan de analizarlo. Tu caso es muy particular, pero eso no hace que el sistema sea completamente inútil. Un sistema tiene que haber, aunque tenga sus fallos. Nada es perfecto.

Me quedo callado, una vez más, sin argumentos. Al menos sin argumentos de peso.

De modo que, Silvia, tenemos que ponernos las pilas desde ya. Mientras que atiendo a los de 4º, tú ve leyendo, que luego lo vemos juntos. Vamos a hacer, tú y yo, todo lo posible. Y lo vamos a hacer no por aprobar, sino por aprender, y por el simple gusto de hacer las cosas bien. La presentación de los cuadernos, los resúmenes, la caligrafía, todo cuenta. En Alternativa, aunque seamos tú y yo solos, no podemos avanzar, así que seguiremos aprendiendo canciones y grabándonos en video cantando. Seguiremos con el mismo cuaderno del año pasado, pero añadiendo más canciones. La próxima, ya sabes, la que escuchaste el otro día: "Poema de amor", de J. M. Serrat, cantada por Lole y Manuel. Y en Lengua y Cono, a tope. Te toca hacer los resúmenes en Power Point de todas las unidades.

No tienes referencias, no tienes al mejor de la clase, ni al peor. Ni siquiera puedes identificarte con los del montón, porque el montón eres tú. Pero aquí me tienes, dispuesto a echarte una mano. Somos un equipo. Y lo vamos a conseguir.

21 de septiembre de 2014

Anaya

Para un maestro, elegir el libro de texto del curso que viene (algo que la ley permite hacer cada cuatro años) es, a la vez, un ejercicio de responsabilidad y de confianza. De responsabilidad, porque un buen maestro analiza cada propuesta editorial —que no es sólo el libro del alumno—, y tiene en cuenta muchos factores. Entre otros, y cada vez más, el contenido multimedia, es decir, el software escrito para ordenadores, tabletas, etc. Por supuesto, en internet. Pero también es un ejercicio de confianza. Confianza en gente que se toma muy en serio lo que escribe, porque sabe que lo van a leer -y a aprender- muchos niños.


Por eso voy a tratar de explicar aquí por qué los libros de mi cole son de Anaya.

Para empezar, he de decir que hay opciones tan buenas como las de Anaya, sin dar nombres. Lamentablemente, y lo digo porque me dediqué a ello con toda mi pasión, no existe aún ninguna razón suficiente para que, al menos en mi cole, hayamos decidido cambiar los libros de texto por tabletas. Ni Anaya, ni ninguna otra editorial, tienen algo de calidad y ajustado al currículo -esa es otra cuestión- que no sea el papel. Al menos esa es mi opinión, y me siento con capacidad para hacerla pública. Hay propuestas con buena pinta, pero a todas les falla algo: el diseño de interfaz, la compatibilidad con diferentes sistemas operativos y plataformas de hardware, el modelo de negocio, etc. 

En mi opinión, el principal problema lo tienen en este último factor. Creo que no tienen claro aún el modelo de negocio. Me da la impresión de que siguen discutiendo sobre el mismo tema: los comerciales que tienen que vender libros, y los que creen que hay que invertir en software, y cobrar la suscripción. Y ese es el problema: cómo ganar pasta —o al menos sostener el negocio—, ofreciendo más software a niños y maestros. Yo no sé cuál es la solución. Por eso, entre otras cosas, me fui de Anaya. Porque me di cuenta de que el software educativo tenía que ser gratis. Y algo gratis parece incompatible con el negocio editorial. Si está en internet, ¿quién paga? ¿los padres, cada alumno, los profesores, los colegios privados, el Ministerio, la Comunidad Autónoma? ¿y de qué forma, mediante una contraseña? ¿le decimos a los maestros que tienen que asignar una contraseña única a cada alumno? En definitiva, ¿cuál va a ser el papel de la editorial de libros de texto?. Aún existe una oportunidad, pero cada vez queda menos tiempo. Si tuviera dinero, invertiría en gente que haga buen software educativo.

Así que, si eliminamos el factor de la responsabilidad, solo nos queda el de la confianza.

El primer día, allá por el año 1988, llegué a la oficina con un zapato de cada color: uno marrón y otro negro. Al vestirme, y por no encender la luz, escogí de forma equivocada entre dos pares de zapatos muy parecidos… pero de distinto color. Nunca he creído en las supersticiones, ni en los fenómenos paranormales, pero ese detalle no se me olvidará en la vida. 

En medio de una zona inmensa de mesas con papeles y máquinas de escribir, existía aún el taller. El taller de fotomecánica (curioso, Google cree que no existe esa palabra…). Y los del taller eran muy de taller... hasta se peinaban en el baño antes de fichar a la salida. Mezclados con ellos, y formando parte de la misma gente que entraba por la puerta de Personal, había un grupo, que fue siendo cada vez más numeroso, de otro tipo de gente. Gente joven, con ganas de hacer las cosas bien, y de demostrar que sabían hacerlo. En la planta noble, la 2ª planta del edificio que aún podéis ver en la carretera hacia el aeropuerto, las cosas eran muy diferentes: allí no había gente joven.

Y comenzamos a usar ordenadores para hacer los libros. Los del taller hicieron todo lo posible por adaptarse, y los de las máquinas de escribir también. Instalé ordenadores en todas las mesas, en todos los departamentos, excepto en uno: la sala de los correctores. Allí había un grupo de unas seis personas, cuya única tarea consistía en leer de forma minuciosa cada papel que se les entregaba. Eran capaces de notar hasta la variación de espacio entre letras, algo que no era muy común "antes de los ordenadores". Y de ellos aprendí que la errata más gorda siempre está en los títulos. 

Fueron pasando los años, los congresos Seybold, las ferias de Frankfurt... y el desktop publishing pasó a ser una realidad generalizada. Ya no era sólo PageMaker, era toda la gente usando Quark, y lanzando sus ficheros Postscript directamente a las filmadoras. Al poco tiempo, desaparecieron las pocas enceradoras que quedaban, y con ellas las galeradas. En aquellos congresos escuché a Nicholas Negroponte decir aquello de que "no se había visto tal revolución tecnológica desde los tiempos de Gutemberg". Y todos nosotros formábamos parte de aquello. Los editores, los maquetistas, las secretarias reconvertidas en maquetistas, los ilustradores, los diseñadores, los que trataban de explicarle a D. Fernando Lázaro Carreter que las cosas habían cambiado… Comíamos todos en el comedor de la planta baja, y allí se mezclaban las corbatas -pocas- con las camisetas. A alguien se le ocurrió comenzar a dar nombres de "El Señor de los Anillos" —antes de que se estrenara la primera película—, a los servidores que iban apareciendo en la red: el más importante era Mordor, allí había que guardar todas las copias de seguridad de todos los departamentos...

Estoy seguro de que no fui yo solo el que creyó "a pies juntillas" en aquello de Aprender es descubrir, aprender es disfrutar, aprender es participar: vive la aventura de aprender en el Universo Anaya.

Han pasado muchos años desde que Anaya ya no es de D. Germán, pero sé que aún hay allí mucha gente a la que conocí, y de la que aprendí mucho. Por eso los libros de mi cole son de Anaya, por esa gente.

Este artículo va dedicado a la memoria de Juan Domenech, mi compañero de trabajo, que en paz descanse.




7 de septiembre de 2014

Las redes sociales

Ache, Chema (un amigo) y yo, en La Galería, un bar de El Tiemblo.

- Chema:
Y nos hemos hablado por guasap, pero todavía no nos hemos visto. Ahora,  os digo una cosa, me parece una magnífica persona.

- Ache:
Por cierto, ¿habéis leído lo del "tercer check" en el guasap?

- Yo:
Sí, es alucinante. Y lo curioso es que había mucha gente que pensaba que el "doble check" quería decir que el destinatario había leído el mensaje. Y no, no es cierto.

- Chema:
No era cierto, pero parece ser que los del Guaspap se están planteando hacer que sí lo sea. Van a poner un tercer check.

- Yo:
Desde que existe el guasap me he preguntado cuál era el modelo de negocio. Supongo que tiene que ver con mis trabajos anteriores, donde tanto en Ecuality como en Eresmas estaban hablando todo el día de eso, del "modelo de negocio". Dicho de forma simple, de cómo ganar pasta en internet. Pues estos lo  han conseguido. Aún recuerdo cuando en Eresmas ofrecíamos el servicio de SMS gratuito. Hasta que llegó un día en que la dirección nos dijo que aquello iba a dejar de ser gratuito. Pues los del guasap sembraron… y recogieron. Fue gratis hasta que ellos dijeron que dejaba de serlo, porque era suyo.

- Ache:
Sí, pero, ¿en qué consiste exactamente el "tercer check"? ¿Cómo puede saber con exactitud un móvil que has leído algo?

- Chema:
Pues no lo sé con exactitud, pero el caso es que tienen la programación terminada. Hombre, supongo que el móvil no sabe si tienes la cara delante de él y cierras los ojos.

- Ache:
Claro, lo que les falta es el cuarto check.

- Chema y yo:
¿¿El cuarto check??

- Ache:
Claro. Ha salido, le ha llegado, lo ha leído y…. lo ha entendido.

- Chema y yo:
¡Jajajaja! ¡Genial! ¡Lo ha entendido!

- Yo:
Eso sí que sería el Modelo de Negocio. Lo ha leído y lo ha entendido. Pero ni los de Google están aún cerca de eso.